¿Cuántos cocodrilos hay en Costa Rica? La pregunta, que parece salida de un documental de misterio, no tiene aún respuesta, ni siquiera entre los biólogos más expertos del país. Y esa incertidumbre, sumada a una creciente preocupación ciudadana por ataques y avistamientos frecuentes, ha llevado a las autoridades a usar drones para aclarar las dudas.
El Instituto Internacional de Conservación y Manejo de Vida Silvestre de la Universidad Nacional (Icomvis-UNA) trabaja junto a la Escuela de Topografía, Catastro y Geodesia en el desarrollo de un protocolo pionero para contabilizar cocodrilos mediante tecnología aérea. La iniciativa busca reemplazar los peligrosos conteos nocturnos —donde investigadores deben alumbrar con linternas los ojos de los reptiles desde embarcaciones— por imágenes captadas en vuelo diurno.
“Esto nos permite contar los cocodrilos, ver su distribución en los ríos y estimar su población y estructura por medio de las tallas. Es información vital para tomar decisiones de manejo basadas en ciencia”, explicó a medios locales la investigadora Laura Porras.
El proyecto es único en Costa Rica y se considera incipiente incluso a nivel mundial. Para que funcione, los datos deben estandarizarse: desde la hora de vuelo —por la incidencia del sol sobre el agua— hasta la altitud del dron, la velocidad del viento y la presencia de lluvia.
Todos estos parámetros quedarán plasmados en un protocolo que el Sistema Nacional de Áreas de Conservación (SINAC) podrá usar para monitorear cocodrilos en distintas zonas del país.
Desde que en 1992 los cocodrilos fueron declarados especie protegida por la Ley de Conservación de Vida Silvestre, su población se ha reproducido sin control.
Ya no hay cazadores ni depredadores naturales. Lo que sí hay son videos virales de cocodrilos cruzando caminos, acechando a ganado o desplazándose por canales cercanos a áreas urbanas.
El fenómeno ha despertado preocupación social y política. En diciembre de 2024, un proyecto de ley denominado “Ley para el control de cocodrilos y caimanes” fue presentado en el Congreso. La iniciativa obligaría al SINAC a diseñar un plan nacional de control, reubicación y monitoreo de estas especies, considerando criterios técnicos y zonas de riesgo.
El dilema es complejo: por un lado, se trata de una especie protegida clave para el ecosistema; por otro, su expansión descontrolada ha puesto en jaque la convivencia con comunidades humanas. ¿Se trata de una sobrepoblación o de una percepción exagerada?
Hasta que el protocolo de monitoreo esté listo y se comiencen a contabilizar desde el aire los ojos brillantes de estos antiguos moradores del planeta, Costa Rica sigue sin saber cuántos cocodrilos la habitan. Por ahora, la respuesta sigue siendo un misterio y un desafío de conservación en pleno siglo XXI.