La noticia del secuestro y asesinato del joven Kevin Kirby Jiménez, un surfista costarricense de 27 años, ha sacudido al país y expuesto nuevamente la crudeza de la ola de violencia homicida que lo azota desde hace cinco años.
La investigación del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) apunta a que Kirby fue privado de libertad con el objetivo de extraerle dinero y, al no lograrlo, sus captores lo asesinaron.
Kirby desapareció la tarde del domingo 28 de septiembre. Tras varias horas sin responder llamadas, su familia denunció la desaparición.
Un crimen con señales de cautiverio
La madrugada del miércoles 1 de octubre su cuerpo apareció a la orilla del río María Aguilar, en Hatillo 8, San José, con heridas de arma blanca y golpes que confirmaron una muerte violenta.
El OIJ informó que el móvil no estuvo relacionado con el robo de su camioneta Ford F-150, localizada en la provincia de Alajuela con rastros de sangre.
“El vehículo no era el objetivo, sino sustraerle dinero al joven”, explicó el director de la institución, Randall Zúñiga.
Allanamientos en una vivienda de Hatillo 1 revelaron fluidos biológicos y rastros de intentos por borrar evidencias. Los investigadores creen que allí pudo haber permanecido cautivo en sus últimas horas de vida.
“A pesar de que limpiaron paredes y muebles, se extrajo evidencia clave que ya está en análisis forense”, añadió Zúñiga.
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Ola de homicidios en Costa Rica
El asesinato de Kirby ocurre en medio de una escalada criminal que mantiene en alerta a Costa Rica. Solo en 2023, el país alcanzó más de 900 homicidios, la cifra más alta de su historia.
El fenómeno está vinculada en gran medida a ajustes de cuentas por narcotráfico y al fortalecimiento de bandas locales y transnacionales.
El fenómeno se ha extendido a zonas urbanas y residenciales, donde ciudadanos comunes se ven atrapados en hechos violentos.
San José, Limón y Puntarenas son las provincias más golpeadas por una violencia que rompe con la imagen tradicional de Costa Rica como “oasis de paz” en Centroamérica.
Criminólogos advierten que el caso de Kirby refleja un patrón preocupante: jóvenes sin nexos aparentes con estructuras criminales se convierten en víctimas de secuestros, extorsiones y homicidios.
“El país enfrenta una normalización del asesinato como mecanismo de resolución de conflictos, y eso genera una sensación de vulnerabilidad generalizada”, explicó un analista de seguridad consultado por medios locales.
Despedida y dolor colectivo
La familia de Kirby lo despidió en un funeral cargado de emotividad el fin de semana. Amigos surfistas le rindieron un homenaje en una playa de Puntarenas, donde formaron un círculo mar adentro con tablas y flores.
“Kevin amaba el mar y la libertad de las olas. Lo despedimos en su lugar favorito”, dijo uno de sus compañeros de surf.
Las imágenes del homenaje circularon en redes sociales y contrastaron con la crudeza de la escena del crimen. “Es un vacío imposible de llenar”, declaró un familiar durante el sepelio, en el que se liberaron globos blancos al cielo.
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Investigación en curso
La Sección de Homicidios del OIJ mantiene varias líneas abiertas, pero la principal apunta a un intento fallido de extorsión económica.
Los investigadores confían en que las pruebas biológicas y el análisis del vehículo ayuden a identificar a los responsables. Ya hay dos capturados como sospechosos.
Mientras tanto, la sociedad costarricense permanece conmocionada. El asesinato de Kevin Kirby no solo arrebató la vida de un joven surfista, sino que reavivó la pregunta que inquieta a miles de ciudadanos: ¿cómo detener una violencia homicida que parece haberse instalado en el corazón de un país que durante décadas se creyó inmune a semejante horror?