Un nuevo estudio de la organización Hagamos Democracia revela que el 64,5 % de los nicaragüenses consultados en 40 municipios del país afirma que se marcharía si tuviera la oportunidad, mientras que un 35,5 % prefiere quedarse.
Aunque el porcentaje bajó ligeramente respecto a abril de 2025, cuando alcanzaba el 69,5 %, los datos confirman que la mayoría no ve futuro dentro de su propio país.
La migración se ha vuelto una válvula de escape frente al deterioro político, económico y social que atraviesa Nicaragua desde 2018. La represión, el desempleo y la falta de libertades han instalado una sensación de desesperanza que empuja a millones a pensar en irse.
El informe, titulado Percepción de la realidad política, social y económica de Nicaragua, señala que las razones económicas siguen siendo la principal causa del deseo de migrar, pero las motivaciones políticas ganan terreno.
El 51,1 % de los encuestados dijo que lo haría por la crisis económica, un 44,4 % por desesperanza ante la falta de solución política y un 4,1 % por acoso o intimidación. La interdependencia entre crisis económica y política es clara: una alimenta a la otra.
Éxodo sin precedentes
Desde el estallido de las protestas en abril de 2018, Nicaragua vive bajo represión estatal. El cierre de medios, el encarcelamiento de sacerdotes y periodistas, y la confiscación de universidades y ONG han dejado a miles sin libertad ni oportunidades.
El resultado es un éxodo masivo. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), más de 600.000 nicaragüenses han salido del país entre 2018 y 2025.
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La cifra equivale al 9 % de la población total, estimada en 6,7 millones de habitantes, y supera incluso los desplazamientos de la década de 1980.
“La prolongación de la crisis y la falta de expectativas reales de cambio empujan a los nicaragüenses a buscar alternativas fuera del país, sobre todo entre los jóvenes y profesionales”, explicó Jesús Tefel, presidente de Hagamos Democracia.
La mayoría de quienes desean emigrar son jóvenes en edad productiva. Muchos abandonan estudios o empleos precarios, mientras otros planean irse para enviar remesas a sus familias.
El fenómeno se expande desde las ciudades hasta las zonas rurales, donde las oportunidades son casi inexistentes.
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Estados Unidos, el destino soñado
El estudio también preguntó hacia dónde migrarían si pudieran. El 47,3 % mencionó Estados Unidos, el 31 % España, el 17,1 % Costa Rica, el 1,9 % Canadá y un 2,7 % otros países.
Pese a los riesgos del viaje y las políticas restrictivas de inmigración, Estados Unidos sigue siendo el destino soñado.
Su imagen como tierra de oportunidades sobrevive incluso entre quienes conocen los peligros del trayecto por el Tapón del Darién o las dificultades legales para establecerse.
“Estados Unidos representa la posibilidad de empezar de nuevo, aunque sea desde abajo”, comentó uno de los encuestados. “Aquí ya no se puede vivir sin miedo ni sin hambre”, agregó.
La migración femenina también crece, especialmente entre madres solteras y mujeres jóvenes que viajan para trabajar en el servicio doméstico o en comercios.
Este cambio refleja la diversificación de la diáspora nicaragüense, que ya no solo incluye obreros y campesinos, sino también profesionales, estudiantes y familias enteras.
Un país que se vacía de futuro
Para los analistas, la combinación de crisis económica, represión y falta de libertades ha creado una sensación de asfixia colectiva.
“El país se está quedando sin su capital humano más valioso. Migrar ya no es solo una búsqueda de ingresos, sino una forma de escapar del estancamiento y la desesperanza”, advirtió Tefel.
Las remesas familiares alcanzaron más de 4.200 millones de dólares en 2024, representando más del 25 % del PIB. Para muchas familias son la única fuente estable de ingresos.
Sin embargo, esta dependencia también fortalece al régimen, que se sostiene económicamente gracias a los dólares enviados desde el exilio.
El fenómeno migratorio, que comenzó como consecuencia de la represión, se ha transformado en una herida estructural que reconfigura la sociedad nicaragüense.
Familias divididas entre Managua, Miami y Madrid; jóvenes que estudian pensando en emigrar; y comunidades rurales que se vacían de trabajadores forman parte del nuevo rostro del país.
Siete años después del inicio de la crisis, Nicaragua sigue siendo un lugar donde el sueño de irse es, para muchos, el único proyecto de vida posible.