La dictadura de Ortega y Murillo, el régimen que insultó al Papa Francisco

El Pontífice fue duro con la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo. La llamó “hitleriana”. Tenía razones de sobra para referirse así a un régimen que encarceló sacerdotes, los desterró y que ordenó acciones que llevaron a la muerde a decenas de nicaragüenses.

Imagen tomada de redes sociales.

El papa Francisco falleció este lunes a los 88 años en la residencia de Santa Marta, tras más de una década de pontificado marcada por su defensa de los derechos humanos, la paz social y la denuncia de las injusticias.

Su muerte deja un profundo vacío espiritual en millones de fieles católicos, pero también revive una de las confrontaciones más insólitas de su papado: el enfrentamiento con la dictadura de Nicaragua, encabezada por Daniel Ortega y Rosario Murillo.

A lo largo de su pontificado, el papa Francisco fue blanco de ataques, insultos y campañas de descrédito por parte del régimen sandinista, convirtiendo a Nicaragua en el único país del mundo que, en pleno siglo XXI, rompió relaciones diplomáticas con la Santa Sede y desató una persecución sistemática contra la Iglesia católica.

Desde el destierro de sacerdotes hasta la confiscación de propiedades religiosas, pasando por la expulsión del nuncio y la detención del obispo Rolando Álvarez, el Vaticano fue testigo directo de la ferocidad de un régimen que pasó de la adulación hipócrita a la hostilidad frontal contra Roma.

Durante el primer quinquenio del pontificado del Papa Francisco, el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo mantuvo una postura de cordialidad con el Vaticano. Murillo, vocera y cogobernante de facto, enviaba mensajes cargados de elogios en fechas como el 13 de marzo —aniversario del papado— y el 23 de abril, día de San Jorge.

Con una retórica melosa, la dictadura saludaba al pontífice por su supuesta afinidad con los pobres, sin que eso impidiera que, en paralelo, se militarizara el país y se reprimiera a la disidencia.

El punto de quietud comenzó a gestarse en abril de 2018, cuando estallaron las protestas sociales contra el régimen. La brutal represión dejó más de 350 muertos, kilómetros de heridos, encarcelados y decenas de kilómetros en el exilio.

A pesar de la masacre, Murillo continuó citando frases del papá, instrumentalizándolas para justificar su narrativa de “golpe de Estado fallido”.

En mayo de ese año, aún destacaba los mensajes del papa sobre las “noticias falsas”, en un intento de presentarse como víctima, mientras su gobierno consolidaba un Estado policial.

2019-2021: Distancia creciente y diplomacia finida

Durante estos años, el tono afectuoso hacia el papá se mantuvo, aunque cada vez más forzado y distante.

El 23 de abril de 2019, Murillo volvió a felicitar a Francisco, asegurando que “iluminaba al pueblo nicaragüense”, aunque para entonces Ortega ya había cancelado el diálogo nacional y criminalizado cualquier forma de oposición, incluyendo a líderes religiosos.

“El régimen intentó convencer al papá de que eran víctimas de un complot”, recuerda el periodista exiliado Emiliano Chamorro, ex editor de la página Religión y Fe del Diario La Prensa, confiscado en 2021 por la dictadura.

“Mandaban emisarios al Vaticano, incluso utilizando a obispos afines, para manipular la narrativa”, recuerda Chamorro.

A pesar de estos esfuerzos, la Santa Sede mantuvo una postura prudente pero firme, con llamados al diálogo que Ortega ignoraba mientras consolidaba un modelo represivo.

2022: Ruptura formal y persecución abierta

La represión contra la Iglesia alcanzó un nuevo nivel en 2022. En marzo, el régimen expulsó al nuncio apostólico Waldemar Sommertag, tras sus esfuerzos por mediar por presos políticos y evitar confiscaciones a medios y empresas.

Ortega rompió relaciones diplomáticas y lanzó una campaña de criminalización contra sacerdotes, religiosos y obispos.

Ese año, el obispo Rolando Álvarez fue secuestrado por la Policía, en un acto que marcó el punto final del diálogo con la Iglesia y una escalada sin precedentes de hostilidades contra el clero.

Rosario Murillo comenzó a calificar a los sacerdotes como “enemigos del pueblo” y Ortega acusó al Vaticano de actuar como “una mafia política al servicio del imperialismo”.

La investigadora Martha Patricia Molina documentó esta nueva ola de persecución, con al menos 290 ataques a templos, restricciones a procesiones y vigilancia estatal sobre homilías. 

“Nunca en la historia reciente de América Latina se había visto un nivel tan sistemático de persecución religiosa por parte de un Estado”, afirma.

2023: Insultos al Papa y represión agravada

En marzo de 2023, el papa Francisco rompió su prudencia diplomática y calificó al régimen de Ortega como una “dictadura guaranga”, comparándolo con los regímenes de Hitler y Stalin. También afirmó que Ortega padecía un “desequilibrio mental”.

La reacción del régimen fue virulenta: Ortega suspendió relaciones con el Vaticano, se arremetió contra el papa tildándolo de “dictador” y arreciaron las detenciones, los destierros y las confiscaciones de bienes eclesiásticos. La Iglesia pasó a ser un objetivo abierto del aparato represivo.

Según Molina, estas palabras del papa Francisco fueron “históricas” por su dureza y reflejan una preocupación real por la magnitud de la represión en Nicaragua: “El papa habló sobre Nicaragua más veces que sobre cualquier otro país en crisis. 22 veces entre 2018 y 2025”.

2024: La última voz de un Papa atacado por una dictadura

A lo largo de 2024, el Papa Francisco expresó públicamente su apoyo a los obispos y sacerdotes encarcelados en Nicaragua. Desde la Plaza de San Pedro, en enero, oró por el pueblo nicaragüense. En diciembre, envió un mensaje a través del cardenal Pietro Parolín expresando su “solidaridad fraterna” con los fieles perseguidos.

Mientras tanto, Ortega y Murillo intensificaron los controles sobre los templos, prohibieron procesiones de Semana Santa, expropiaron propiedades eclesiásticas y mantuvieron a sacerdotes en el exilio o en condiciones de detención.

Un caso único en el mundo: sandinistas contra el Vaticano

La hostilidad del régimen Ortega-Murillo contra el Papa Francisco convirtió a Nicaragua en el único país del mundo en entrar en conflicto directo con el Vaticano en el siglo XXI. Ningún otro Estado ha insultado públicamente al papá, ha roto relaciones diplomáticas y ha perseguido con tanta saña a la Iglesia católica como lo ha hecho Managua.

Este enfrentamiento no es nuevo. Ya en 1983, durante su visita a Nicaragua, el papa Juan Pablo II fue interrumpido por turbas sandinistas durante una misa en Managua. El pontífice pidió silencio y condenó la manipulación ideológica de la religión. Años más tarde, en 1996, Juan Pablo II describió los años 80 bajo el primer régimen sandinista como “una gran noche oscura”.

Ortega jamás perdonó aquellas palabras. En 2023, tras el ataque verbal del papa Francisco, recordó aquel episodio manipulando los hechos y acusando al papa Wojtyla de actuar como “un tirano al servicio de Reagan”.

El Papa Francisco deja un legado marcado por su enfrentamiento moral y directo contra una de las dictaduras más feroces del continente.

Su voz fue una de las pocas en el plano internacional que denunciaba con claridad el autoritarismo, el culto a la personalidad y la represión sistemática impuesta por Ortega y Murillo.

En Nicaragua, su muerte se siente como la pérdida de un aliado espiritual que se negó a callar ante la injusticia. Y en el Vaticano, su pontificado queda como una advertencia sobre los riesgos de que un régimen convierta el odio religioso en política de Estado.

La historia dirá que fue el Papa Francisco el que se atrevió a enfrentar, con palabra firme, a una dictadura empeñada en asesinar a su pueblo en nombre de Dios.

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