Una de las primeras lecciones que nos dieron nuestros maestros fue pensar antes de hablar y no decir todo lo que pensábamos, ya que si lo comunicábamos podríamos volvernos más vulnerables, pues nuestros antagonistas sabrían cómo actuaríamos. Y que la palabra era puente o muro, según como se usara. En los campos bananeros —en el centro de la cultura popular— escuché a mi padre y sus amigos la expresión “nunca amenaces a nadie”. “Si lo vas a matar, mátalo, porque si no, él te matará”.
Y más clara, “nunca saques la pistola, si no estás dispuesto a disparar”.
En Tegucigalpa, la expresión que me impresionó fue que uno mostraba las nalgas cuando estaba en el poder.
Que hasta los más calificados pierden el control de los nervios y ofenden innecesariamente, incluso pasando por alto que, en la vida política, no hay amigos ni enemigos permanentes. Y que en algún momento hasta el más fiero enemigo puede ser un aliado fiel y considerado.
Finalmente, el acto público siempre es cuestionado, y más cuando el titular vuelve a la llanura, porque el poder nunca es permanente.
La venganza, que es la forma más elevada del odio, es implacable. No hay nada más placentero para algunas personas que darles la espalda a los que han perdido el poder y propinarles patadas en el trasero.
Rixi Moncada ha tenido una fulgurante carrera política. En pocos años ha logrado —bajo las órdenes de Mel— convertirse en la figura más poderosa del escenario político. Más que Xiomara Castro, que, incluso, tiene que pedirle permiso cuando se trata de tomar decisiones financieras. Y ahora que es secretaria de Defensa tiene el control de la fuerza legítima e, incluso, corre el riesgo de ejercer la ilegalidad, como lo ha dicho hace poco, con tal de hacer cosas que crea que son útiles para el país.
Es decir, frente a los inevitables límites del poder —insustituibles en la sociedad democrática— está dispuesta a pasar por encima de la ley para lograr sus finalidades, que por esa vía jamás serán legítimas, jamás.
Y finalmente, posiblemente como fruto de una formación familiar, de la que ha dado cuenta su hermano, quien recomendó que se les diera con “los machetes en el lomo a los adversarios”, ahora llama pencos, estúpidos, a los que hacen críticas al régimen, del que ella, según el general Hernández, encabeza las Fuerzas Armadas para defenderlo.
O para derribarlo, nunca se puede anticipar el futuro con una persona que al paso del tiempo muestra un carácter violento, machista, en el peor término, y contrario a la democracia.
El peligro de Rixi es que es la candidata del PLR, de modo que, si el pueblo la favorece con sus votos, tendremos en el poder a la primera dictadora de la historia, con capacidad para negarles a los ciudadanos el derecho a la libre expresión, al juicio crítico sobre los actos de los servidores públicos. Convirtiendo a Honduras en una finca particular que uniría las “familias” de Lepaguare con las de Talanga.
Una persona como Moncada, con el carácter que exhibe ahora que es candidata, es un peligro para la institucionalidad. Especialmente cuando dirige a los militares —ahora de rodillas desafortunadamente— puede determinar los resultados electorales, anular la soberanía popular y destruir la unidad nacional.
Afortunadamente, el poder que ha logrado Moncada ha permitido conocer su verdadera personalidad y carácter.
Su peligrosidad anuncia a gritos lo que les pasará a los hondureños si permiten que suceda legal o ilegalmente a Xiomara Castro en la Presidencia de la república. “En guerra anunciada no muere soldado”.