Las más recientes observaciones oceánicas indican que las condiciones propias de La Niña ya están presentes, y los modelos climáticos favorecen que persistan entre diciembre de 2025 y febrero de 2026, antes de que posiblemente comience un ciclo neutral o hacia El Niño en 2026.
Este retorno de La Niña marca la quinta vez en seis años que ese fenómeno se manifiesta, algo inusual en los registros recientes.
Se define por temperaturas superficiales del océano más frías de lo normal en el Pacífico ecuatorial y patrones cambiados en la atmósfera que interactúan con los vientos y la convección.
Para América Central, esto significa que algunos países podrían experimentar lluvias más intensas en ciertos periodos, mientras otros podrían enfrentar disminución en las precipitaciones habituales. Expertos ya advierten sobre riesgos de inundaciones, deslizamientos o afectaciones agrícolas en zonas vulnerables.
No obstante, La Niña proyectada es débil: los índices Niño-3.4 muestran anomalías entre –0,5 °C y –0,9 °C promedio trimestral. En general, un La Niña débil tiende a generar efectos menos extremos, aunque no por ello exentos de impacto.

Los modelos del IRI (International Research Institute) y del conjunto multimodelo de América del Norte coinciden con que La Niña seguirá vigente en el invierno boreal 2025-26, con una probabilidad estimada del 55 % para la transición a condiciones neutrales en enero-marzo de 2026.
En el horizonte climático figura la posibilidad de un fenómeno de El Niño más adelante en 2026, lo que podría cambiar completamente el patrón de lluvias y temperaturas en Centroamérica.
Mientras tanto, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá deben prepararse con monitoreos locales, alerta temprana y sistemas de respuesta ante eventos climáticos extremos.