Cuando hace 33 años Violeta Barrios de Chamorro ganó las elecciones presidenciales, le devolvió la sonrisa a Nicaragua. Y entonces, comenzaron a respirarse aires de cambios tras más de una década de sandinismo y una crisis política, social y económica que llevaron al país al fondo del precipicio. Retornaron las libertades, volvió la paz, la nación comenzó a hacer giros profundos en su estructura de estado. La democracia había por fin entrado a esa tierra, aunque de forma imperfecta. Pero en el fondo algo no terminó de cuajar y la historia de represión se repetiría con el paso de los años.
Pero lo que logró Doña Violeta no fue poca cosa: venció al “omnipresente” Daniel Ortega, a su sandinismo, a la revolución que se degeneró y se olvidó de sus “objetivos puros”. Ortega venía de estar al frente de la Junta de Gobierno de Reconstrucción, después del triunfo de la revolución en julio de 1979 y de ganar las presidenciales y asumir como presidente en 1985.
Barrios de Chamorro, la viuda del periodista Pedro Joaquín Chamorro, el mártir de las libertades públicas, tuvo el coraje de asumir la candidatura de la Unión Nacional Opositora (UNO), conformada por 14 partidos políticos, y a pesar de tener todo en contra en un estado policiaco, al estilo marxista, remó incluso contra las encuestas que la daban como perdedora. Y ganó.
“No puede existir Nicaragua sin libertad, porque el alma y la razón de ser de Nicaragua es la libertad”, decía Doña Violeta, entonces mujer de 61 años.
“Doña Violeta accede a la presidencia de Nicaragua gracias a un conjunto de circunstancias nacionales e internacionales que le garantizaron un triunfo contundente sobre el FSLN y sobre su candidato presidencial Daniel Ortega”, explica Juan José Montsant, analista político y exdiplomático venezolano, exembajador de su país en Nicaragua y El Salvador.
Y sí, los planetas se alinearon para el cambio en Nicaragua, porque el referente, la Unión Soviética, se derrumbaba por aquellos años. De Chamorro ganó con un 54% de los votos a favor contra un 40% de Ortega.
“En la actualidad esas condiciones han variado, la región se encuentra dominada por regímenes contrarios a la democracia representativa, distanciados de los Estados Unidos de América, con presencia real de movimientos y estado del Medio Oriente, China y la propia Rusia de (Vladimir) Putin; a ello se añade el entorno mundial trastocado por la invasión militar de Rusia a la democrática Ucrania, emigraciones colectivas, terrorismo internacional, donde situaciones como la venezolana y la nicaragüense pasan, a pesar de las preocupaciones, a un segundo plano en la atención de las organizaciones y países democráticos”, advierte Montsant.
¿La transición fallida?
El analista nicaragüense Ariel Montoya se refiere al suceso electoral de 1990 como el “inicio de la transición fallida”.
Sereno y crítico, el también poeta y político dice que “no hay nada que celebrar, puesto que también debe conocerse como un registro importante de nuestra historia que el sandinismo continúa gobernando hasta el día de hoy, ya casi 45 años consecutivamente desde 1979”.
Según él, Daniel Ortega cuando le entregó la banda presidencial a Doña Violeta, comenzó a gobernar en paralelo y tramó por todos los rincones “una expresión chantajista y amenazante para la nueva administración, pero que en realidad lo fue tanto con el nuevo gobierno (de Violeta de Chamorro), como con los dos subsiguientes: el de Arnoldo Aleman (1997-2001) y el de Enrique Bolaños (2002-2007), ese día también fue el inicio de la transición fallida”.
Gioconda Belli, la escritora exsandinista combativa que es uno de los referentes literarios recientes nicaragüenses y quien hace poco fue despojada de su nacionalidad por la dictadura como castigo por su disidencia y sus críticas, dijo hace pocos años que Doña Violeta “inició una manera de gobernar muy diferente que, no solo para Nicaragua fue importante. Fue capaz usando su sencillez y su manera de ser mujer de reconciliar y maternizó a Nicaragua”.
Y tiene razón. Ella impuso, a base de su carácter muy humano y espontáneo, un estilo propio para romper los protocolos. Como cuando hablando ante el Congreso de Estados Unidos, en 1991, lanzó un beso a los presentes rendida ante los aplausos. O como cuando en la toma de posesión del presidente salvadoreño Armando Calderón Sol, se salió de la alfombra de honor para auxiliar y abrazar a una mujer que era sometida por la seguridad porque se quería acercar demasiado a los mandatarios invitados. Así fue su gestión, campechana y casi siempre jovial.
“Ella llevó a Nicaragua, después de una guerra de 10 años, a un proceso de reconciliación, paz y progreso. En segundo lugar, ella logró darle vuelta a una economía de guerra y convertirla en una economía de mercado, pujante. Logró la reconciliación, la institucionalización del Estado”, dijo en 2019 su hijo, Pedro Joaquín Chamorro, ahora expatriado y viviendo en el exilio tras pasar meses como preso político.
Antes que asumiera la presidencia, la Contra, los paramilitares antisandinistas financiados por Estados Unidos, anunciaron el alto al fuego el 19 abril de 1990 y en junio, ya cuando de Chamorro era mandataria, su desmovilización.
Doña Violeta tomó las riendas del país el 25 de abril de 1990.
Y con ello volvió el libre mercado y la libertad de expresión. Pero Nicaragua pagaba la factura económica heredada y, entre tumbos, devaluaciones y protestas, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional condonaron la deuda externa.
La reestructuración económica del país implicó, además de la privatización de empresas estatales, recortes de presupuestos y otras medidas que para unos fueron injustas y para otros necesarias.
Ariel Montoya dice desde abril de 1990, “Ortega no gobernó desde abajo -como él mismo sandinista lo dijo- sino desde arriba, pues desde los primeros días de instalado el nuevo gobierno (de Chamorro), se comenzó a aplicar el ‘protocolo de Transición’ que hacía grandes concesiones a los sandinistas, entre ellos la Piñata, considerado con el robo más colosal de la historia, en el cual ellos se beneficiaban con la compra a bajísimos costos de casas, vehículos, empresas y fincas para usufructo personal”.
Critica además que le permitiera a Humberto Ortega, hermano de Daniel, la continuidad como ministro de Defensa. Eso implicó una cuota de poder grande para el hombre que volvió a gobernar Nicaragua con su régimen en 2007.
Cuando en 2021 la hija de Doña Violeta, Cristiana Chamorro, asume como precandidata presidencial, volvieron a la mente de muchos los tiempos de la expresidenta.
“Con Cristina Chamorro Barrios y su posible candidatura presidencial, se presentó en cierta medida una situación similar a la de su madre. Con toda seguridad ella iba a ser la candidata unitaria de la oposición, indetenible en su acceso a la presidencia. De allí la reacción desmedida y a todas luces arbitraria de un Ortega, ya decidido a morir en el cargo que detenta, sin consideraciones jurídicas, morales, reacciones internacionales y sin la posibilidad de una rebelión armada para restaurar la democracia”, dice Montsant.
A Cristiana la apartaron del mapa político los Ortega-Murillo encarcelándola y luego condenándola al destierro, tras liberarla el 9 de febrero pasado.
Hoy, Daniel Ortega, sin abandonar sus modos y su verborrea antiimperialista, muy propia “del compañero”, convertido en un millonario y cuya sed de poder parece no cesar, somete a Nicaragua de nuevo. Por años movió su ajedrez y pactó con los políticos que fueron sus opositores, como el expresidente Arnoldo Alemán y su círculo, para abrir los portones para llegar de nuevo a la presidencia, por la vía democrática, y luego torcer la Constitución a su antojo. Producto de ello, lleva gobernando a su manera desde hace 15 años y hasta se dio el lujo de hacer de su esposa su vicepresidenta.
Y entre los ciudadanos de la vieja escuela nica, los que están cansados de tantos atropellos a los derechos humanos, se vuelven a comentar los “buenos tiempos de Doña Violeta” y su hazaña electoral de hace 33 años, la que tumbó por algún tiempo del poder al sandinismo.
Quizá ya sea tiempo de otro personaje político con el carácter de aquella señora genuina que pudo vencer al sandinismo a las cabales.