El obispo nicaragüense Rolando Álvarez, expreso político de la dictadura Ortega-Murillo quien luego fue desterrado a Roma tras 512 días encarcelado, apareció el viernes en una entrevista de la fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN). Álvarez se mostró renovado, con un espíritu fortalecido y una fe inquebrantable tras sufrir el encarcelamiento, destierro y desnacionalización a manos de la dictadura de Nicaragua.
Más saludable y mentalmente recuperado, el obispo de Matagalpa y Estelí reafirmó su compromiso con la justicia, la reconciliación y la construcción de un futuro digno para su país.
Su mensaje, profundamente espiritual y cívico, resonó con firmeza y esperanza en medio de la crisis que atraviesa su país bajo el yugo de la despreciada dictadura de la familia Ortega Murillo. La entrevista fue hecha por la periodista María Lozano y hemos transcrito el mensaje completo.
María Lozano: Monseñor Rolando, muchas gracias por estar aquí.
Monseñor Rolando Álvarez: Gracias a ti, María, por esta invitación. Estoy recordando que en el año 2011, en septiembre si la memoria no me falla, me invitaste por primera vez a tu programa.
Exactamente, hace ya muchos años. Así es, monseñor, y es una suerte y un honor tenerle de nuevo aquí. Estaba pensando, justo cuando me estaba preparando la entrevista, quién nos hubiera dicho en aquella época que usted iba a pasar luego estos años de tanto dolor últimamente. ¿Cómo vive usted este momento tan difícil?
Monseñor Rolando Álvarez: De verdad, pienso que es un llamado de Dios a vivir el dolor como un camino de resurrección. El sufrimiento nos hace madurar como personas, como cristianos y como iglesia, y en Nicaragua, seguramente, como pueblo.
Usted ha dicho alguna vez que en las crisis también hay grandes oportunidades. Entonces, quería que nos explicara un poquito: ¿cuál es la oportunidad que usted también ve para crecer del pueblo de Nicaragua con estas crisis que está pasando los últimos años?
Estoy convencido de que estamos viviendo un momento crucial para poder sentar las bases y los fundamentos de un futuro y un porvenir que sea realmente prometedor para las nuevas generaciones. Nosotros actualmente tenemos la responsabilidad de heredar a esas nuevas generaciones un país en paz, en justicia, en democracia institucionalizada, en estabilidad, en progreso y, por supuesto, con una opción preferencial por los pobres, como los obispos latinoamericanos lo decían allá en Puebla en los 70. La historia de Nicaragua, durante estos más de 190 años, ha sido muy fragmentada, con círculos de mucha división, de grandes batallas, de guerras fratricidas, de guerras entre hermanos, de confrontaciones.
Y creo que estamos viviendo un momento oportuno para poder crear un país nuevo, un país donde realmente podamos compartir, como he dicho en más de una ocasión, todos en la misma mesa, cada uno en su sitio y en su lugar, comiendo el pan con dignidad.

Hemos hablado en la introducción también, y usted lo ha dicho así mismo, que han sido conflictos fratricidas. Esto crea, yo creo siempre, unas heridas muy profundas. De hecho, a veces también cicatrices ahí dentro. Entonces, ¿cuál le parece a usted que es como la medicina para cerrar una cicatriz? Porque yo creo que esto no es tan fácil como cuando ha habido guerras invasivas de fuera, que siempre están un poquito más distantes que ese dolor que llega tan profundamente a la familia, tan interiormente.
A veces el proceso del perdón es lento y laborioso. Es claramente un don de Dios, y yo creo que los nicaragüenses contamos con ese don. Pero igual tiene que ser una conquista de nosotros, en primer lugar con profunda humildad, reconociendo cada uno sus propios errores y comenzando por uno mismo. En este proceso de perdón y de sanación de heridas no debemos de esperar que sean los otros los que pidan perdón por las fallas y los errores cometidos. Se tiene que empezar por casa, cada uno, cada sector social, político, económico, religioso. Tenemos que dar el paso, el primer paso de pedir perdón por los errores cometidos y, por supuesto, perdonar a aquellos que nos han dañado. Yo pienso que cuando el hombre, el ser humano, busca en su interior esta capacidad, este potencial de alzarse, levantarse de las cenizas, lo logra.
Y la oportunidad que yo veo para Nicaragua, y el optimismo o las esperanzas con ojos abiertos que yo veo en Nicaragua, está precisamente en el potencial que tenemos los nicaragüenses para levantarnos y poder construir, no solo aspirar, sino construir un futuro mejor.
Estamos hablando de que estas crisis sociales y políticas no se dan solo en Nicaragua. Tenemos el ejemplo de Venezuela, por ejemplo, donde Nicaragua es un país frágil, pero en Venezuela todavía está sufriendo unas crisis enormes también, políticas, sociales. Tenemos el caso, por ejemplo, del narcotráfico en México, que es también arrasador. Son grandes retos para la Iglesia en muy diferentes contextos. Entonces, ¿piensa usted que la Iglesia está de nuevo en la encrucijada en Latinoamérica o ha estado siempre en una encrucijada en todos estos países latinoamericanos, en los diferentes casos sociales, políticos, a veces económicos?
En primer lugar, quisiera decir que pienso que en América Latina en general, guardando las excepciones que siempre existen, se perdió el norte propiamente de la ideología. Me refiero a un sistema de ideas con mística, con mística. Y se entró en una etapa histórica donde reinó la corrupción, el asalto y la ambición de poder. También, lamentablemente, el narcotráfico, y todo esto se fue confabulando para que en el continente latinoamericano se estén viendo este tipo de situaciones de confrontación en muchos países de nuestra América Latina. Y en ese sentido, la Iglesia siempre ha estado en una encrucijada. Solamente que creo que en este momento estamos viviendo un kairos, un momento particular y especial de gracia, porque insisto que en la crisis nosotros podemos encontrar oportunidades para resucitar. De tal manera que pienso que en la Iglesia en América Latina tiene diversos retos. Y uno de ellos es crear o incentivar la conciencia de la corresponsabilidad en todos los ciudadanos. Los ciudadanos tenemos una corresponsabilidad, tenemos que responder de nuestras acciones, de nuestro pasado y de nuestro futuro. Es lo que algunos llaman crear ciudadanía, que la persona se sienta con la potestad de poder transformar su historia, de dejar que sean solo algunos pocos los que decidan por las grandes mayorías, y que seamos las grandes mayorías, que seamos el pueblo todo, sin exclusividades ni exclusiones, los que realmente decidamos los destinos de nuestras naciones.
Y monseñor, ¿por qué piensa, y aquí voy a ser un poquito la abogada del diablo, que cuando me está hablando usted, pienso con toda la razón en lo que está diciendo, pero nos parece, o me parece desde fuera a veces, que justo eso se está dejando a ciertos partidos políticos de un carácter más, dijéramos, comunista? Lo que está diciendo el pueblo tiene que levantarse, el pueblo tiene que actuar. ¿Por qué la Iglesia a veces, o quizá dijéramos los valores que más defendemos los cristianos, dejamos ese campo un poco siempre vacío para otros? No sé si me entiende lo que estoy diciendo exactamente.
En primer lugar, porque nos hemos dejado robar los conceptos y el lenguaje. Nos hemos dejado robar eso, porque cuando hablamos ahora de que tienen que ser las grandes mayorías nosotros, el pueblo, los que tenemos que tomar las decisiones del futuro de nuestras naciones y no dejarle solo a esos pequeños grupos de poder esas decisiones, que además son grupos que se han atrevido hasta a decidir por nosotros, se piensa en algunos sectores que se está hablando de izquierdismo. ¿Por qué? Porque si ese es además un lenguaje que, si lo buscamos, lo encontraremos en la raíz del Evangelio. Porque la redención no ha sido solo para un sector, la redención no ha sido solo para un grupo, la redención ha sido para toda la humanidad. E incluso vayámonos al Génesis: la creación fue dada a todos para ser administrada por todos, no por un pequeño grupo, no por élites. De hecho, pienso y lo he dicho en diversas ocasiones, que ya pasó el tiempo de liderazgos que tuvieron su momento, y debemos también de pensar en nuevos liderazgos que surjan de la juventud, con ideales que vuelvan a tomarse el norte de la auténtica ideología que, repito e insisto, cuando hablo de ella me refiero a un sistema de ideas con mística que se ha perdido en América Latina.
No piensa que en todo esto que estamos hablando, justo la doctrina social de la Iglesia es la llave que abriría, ¿no?, el volver a darle, como usted decía, al ciudadano, digamos al laico. Porque a veces, cuando decimos la Iglesia, siempre pensamos un poco en la jerarquía, que tiene que tomar posición, que tiene que defender al pueblo. Pero muchas veces también pienso: la mayoría de los ciudadanos de estos países de los que estamos hablando son católicos. ¿Dónde está la responsabilidad de este laico que sale a la calle a defender la justicia, la paz? Me refiero a que, ¿no cree que nos hemos olvidado un poquito de esa doctrina social de la Iglesia para darle las herramientas al pueblo para que sepa decidir en momentos un poco complicados? Porque a veces estamos hablando de situaciones sociales muy complicadas.
Claro que creo que la doctrina social de la Iglesia es una herramienta vertebral. Me atrevería a decir que es un eje transversal de esta transformación social que queremos todos en América Latina. En la doctrina social de la Iglesia sabemos que, en primer lugar, se encuentra el valor supremo de la dignidad de la persona. Tal y como afirmamos los obispos de Nicaragua en el mensaje pascual del 2019, ahí hablamos efectivamente de que la Nicaragua que nosotros esperamos es una en la que la persona sea el centro de todo el accionar social del país. A eso me refiero cuando hablo de mística, de un espíritu donde la dignidad de la persona sea el centro de todo ello.
En este papel que tiene la Iglesia, que decíamos a veces de pastor, pero también a veces de profeta, y que yo preguntaba si está en la encrucijada en muchos países, ¿puede ser también que esa encrucijada sea siempre porque el Evangelio nunca ha sido muy cómodo para los poderosos ni para muchas personas? ¿Es un papel natural de la Iglesia estar siempre en la encrucijada?
La Iglesia siempre va a estar en la encrucijada, y va a estar siempre en la encrucijada porque, como afirmabas tú, es profeta. Y el profeta, en primer lugar, anuncia la esperanza de la buena noticia. Nosotros no somos portadores de la desesperanza. Por eso en Nicaragua hemos insistido, y vamos a seguir insistiendo, en una esperanza de ojos abiertos, es decir, que no es el que espera que otros hagan, sino el que espera que vengan tiempos mejores construyéndolos él mismo, sabiendo y conociendo la situación concreta que se está viviendo, no cerrando los ojos a ella. Pero también el profeta es el que denuncia la injusticia, y obviamente, cuando se denuncia la injusticia, no se cae bien. Pero esa es la misión, de lo contrario estaríamos desnaturalizándonos como Iglesia; dejaríamos de ser la Iglesia de Jesucristo.
Claro, y también llama a la conversión, que también hay gente a la que no le gusta mucho.
Convertirse significa siempre cambiar. Sí, como Juan el Bautista, que siendo precursor preparó los caminos del Señor anunciando y llamando a la conversión. Y claro que los primeros que tenemos que convertirnos somos nosotros, pero también anunciarla a los hermanos: el camino de conversión que, recordemos, en griego es metanoia. Y la metanoia es muy importante en cuanto que es cambio de mentalidad. Nosotros pensamos en la conversión como el cambio del corazón, y está bien porque es un lenguaje ilustrativo, analógico. Pero siendo fieles al origen de la palabra, es un cambio de mentalidad. Estamos hablando de cambiar los contenidos de nuestros esquemas mentales. Estamos hablando de cambiar las significaciones de nuestros conceptos. Estamos hablando precisamente de que haya una auténtica transformación de las ideas, de ese sistema de ideas con mística. Es decir, con ese espíritu cuya centralidad es la persona.
Entonces, ¿no se trata solo de una conversión espiritual o personal, sino de algo más amplio?
Exactamente, es una conversión integral. No solo se trata de convertirse del pecado personal, porque entonces caerías en una espiritualidad intimista, prácticamente privatista, si se puede decir de esa manera. Y la conversión es integral porque es una liberación. Es también convertirme al hermano, al prójimo, al otro, a la sociedad. Es convertirme a mi país, tener el sentido de patria. Para mí, los valores cívicos, por ejemplo, se sintetizan en el amor a la patria. La patria no como un concepto, no como algo etéreo, sino la patria como el lugar, no solo que me vio nacer, sino que me va a ver morir, y entonces que yo tengo que edificar, que construir con mis derechos y mis deberes.
La patria no como un concepto, no como algo etéreo, sino la patria como el lugar, no solo que me vio nacer, sino que me va a ver morir, y entonces que yo tengo que edificar, que construir con mis derechos y mis deberes.
Con los derechos y deberes.
Exactamente. Y eso, María, efectivamente, diría que sintetiza lo que estamos hablando. Eso es ciudadanía. Eso es un sistema de ideas con mística. Eso es centralidad de la persona. Eso es que el pueblo tenga el derecho de darse a él mismo su personería jurídica a través, por supuesto, de los organismos, de los canales, de los medios, de las instancias que conforman las estructuras sociales. Es necesario.