La Iglesia Católica, Apostólica y Romana acaba de elegir a su Pontífice Máximo. El Colegio de Cardenales, eligió a Robert Prevost Martínez, como 167 sucesor de San Pedro en la cátedra romana. La Iglesia Católica es la organización religiosa mas antigua de occidente. Sobrevive en tiempo al Imperio Romano que algunos dicen al que contribuyó a derribar desde adentro (Gibbon). Es más antigua que las Naciones Unidas. Y de la mayoría de los estados modernos que constituyen la comunidad mundial. Es, como se sabe, una organización humana y divina que por un lado conduce al pueblo de Dios hacia el encuentro con el padre y por la otra, trabaja en favor de la paz, la fraternidad y la comprensión entre todos los habitantes del planeta. Por ello, juzgar la elección del nuevo líder de los católicos no es asunto fácil.
En lo que, a organización humana, cada quien la imagina de su parte; o como expresión del enemigo a vencer. Como voluntad divina, los designios de Dios no siempre son comprensibles, especialmente por lo que no creen en su inmensa misericordia y amor por los seres humanos.
La Iglesia tiene muchas dificultades que obligan a plantearse la eficacia de su funcionamiento para responder a sus tareas. Desde 1945, aunque no ha habido una guerra general en que se impliquen dos o más potencias, no ha habido un día planetario en que haya privado la paz. Siempre han sonado los disparos; se ha derramado sangre y se han escuchado los lamentos de una madre adolorida ante el cadáver de sus hijos o de sus hermanos. Hermanos contra hermanos levantan el brazo para hacerle daño a los otros. Incluso desde la pasividad, muchos pueblos le hacen daño con fiera eficacia a la casa común y comprometen la vida sobre la Tierra. Y desde los pueblos del sur, muchos millones huyen hacia el norte, buscando seguridad, empleo y bienestar. Algunos exitosos odian a los pobres.
En síntesis, la Iglesia enfrenta cuatro graves dificultades: la guerra, la destrucción del planeta, las migraciones y los modelos de desarrollo y estilos de bienestar.
Como organización humana, la Iglesia tiene diferencias internas sobre como abordar estos problemas. Hay discusiones de carácter teológico que comprometen la decisión que si para cambiar el mundo la iglesia tiene que cambiarse a sí misma; y negar su misión divina. Hay diferencias que se tienen que resanar en el corto plazo. Tiene problemas de financiamiento. También diferencias entre la Curia romana y el modelo de dirección adecuado del Pontífice y la participación de los fieles dentro del concepto de la sinodalidad. El camino iniciado por Francisco, debe consolidarse, revisando las aristas que crearan debilidades y errores propios de los humanos. Urge consolidar la unidad en el interior, acercar a sus servidores al pueblo; y buscar que quienes han dejado de creer — especialmente la Europa occidentalizada– regresen al encuentro del Cristo que nos hace uno y nos anima para el camino hacia el padre, en ambientes de paz y en la seguridad de estar a su lado.
Para enfrentar estos problemas los Cardenales, iluminados por el Espíritu Santo, eligieron a un misionero, un hombre que escucha, humilde en su vocación de servicio; e inteligente y comunicador eficaz para suceder a Francisco que dio ejemplo de cercanía, valor y fuerza para avanzar popularizando la palabra de Dios desde la vida cotidiana. En el nuevo Pontífice, se ha nombrado un hombre de dialogo, que escucha y actúa. Y el que, además, tiene la confianza de los feligreses de la orilla, que entiende los dolores de los excluidos; y que conoce todos los obreros de la mies. Su trabajo en la Curia, durante estos años, le dan experiencia para convocar, escuchar y unificar acciones, consolidando la brecha que iniciara Francisco en su papado singular.
León XIV, fiel al nombre escogido enfatizara en la cuestión social, animara al capitalismo a entender sus responsabilidades, obligando al mundo a reconocer que esta frente a una nueva revolución industrial. Para escucharnos e imaginar soluciones en que, ampliada la casa común, podamos ser uno en Jesucristo construyendo avenidas de amor y respeto. El espíritu de San Agustín, en que todos somos uno en Cristo y hermanos para abrir la puerta a los que sufren, ayudara a cambiar a los que creen que el egoísmo y la competencia, son alternativas a la cooperación y compasión cristiana entre los hermanos para construir la “Ciudad de Dios”.