Sobre las amenazas de expulsar diplomáticos por parte del régimen de Ortega

Por Félix Maradiaga, Presidente de la Fundación para la Libertad de Nicaragua

El dictador nicaragüense Daniel Ortega.

Las más recientes declaraciones del dictador Daniel Ortega, amenazando con expulsar a cualquier diplomático que “se entrometa en los asuntos internos” de Nicaragua, no son otra cosa que una confirmación de su aislamiento enfermizo del mundo civilizado y su profundo desprecio por el derecho internacional.

Este tipo de amenazas no son nuevas, sino parte de un patrón sistemático de agresión a la comunidad internacional que se ha atrevido a denunciar sus crímenes. Ortega ha expulsado a embajadores, cerrado oficinas de derechos humanos, disuelto más de 5.670 organizaciones de la sociedad civil —incluyendo universidades, congregaciones religiosas y organizaciones humanitarias—, y ahora lanza improperios musicales como si una canción de propaganda pudiera sustituir el principio de legalidad internacional.

Lo más grotesco de este discurso es que se atreve a hablar de soberanía quien ha hipotecado la nación a intereses extranjeros. Ortega no ha tenido reparo alguno en permitir la injerencia descarada de regímenes autoritarios como Cuba, Rusia y China en los asuntos más sensibles del Estado nicaragüense. Ha entregado datos, infraestructura estratégica, y hasta territorio nacional, en nombre de alianzas ideológicas que no buscan el bien de Nicaragua, sino el control absoluto de su pueblo.

Ortega no está defendiendo la soberanía de Nicaragua; está proclamando la soberanía del miedo, mientras actúa como un peón servil de potencias autoritarias.

El uso de una canción oficialista para fundamentar una política exterior revela el nivel de degradación institucional en que se encuentra Nicaragua. Lo que en cualquier país democrático sería un escándalo diplomático, en el régimen Ortega-Murillo se ha convertido en rutina.

El cuerpo diplomático que ha alzado la voz en defensa de los derechos humanos y de los principios básicos del derecho internacional no merece amenazas, sino gratitud. Gracias a su valentía, el mundo conoce las atrocidades cometidas por un régimen que ha cruzado todos los umbrales del autoritarismo.

No hay dignidad en quien utiliza al Ejército como escudo político. No hay patriotismo en quien silencia al periodismo. No hay soberanía en quien entrega el país a potencias extranjeras mientras acusa de “intromisión” a quienes defienden la libertad.

Lo que Ortega llama “intromisión”, el mundo lo llama solidaridad.

Insto a la comunidad internacional a no ceder ante la intimidación. A los pueblos hermanos, especialmente a aquellos cuyos diplomáticos han sido blanco de esta retórica hostil, les agradezco su firmeza. No es momento de retroceder, sino de redoblar esfuerzos para que Nicaragua vuelva a ser una república libre, no un enclave del capricho dictatorial.

 

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