En lo personal, siempre dije que era necesario, por varias razones, que el Partido Nacional perdiera las elecciones en Honduras. Una era por pura salud colectiva. Se volvió urgente que ahuecaran y que la gente descansara un tanto de ese odio maloliente que se esparcía por todo el país en los restaurantes, taxis, oficinas, redes sociales, en los partidos de fútbol. Por todas partes.
Otra de las razones era para que se investigaran inmediatamente todos los actos de corrupción que de forma tan evidente y descarada perpetraron los nacionalistas, incluso cuando ya estaban de salida como, por ejemplo, con ese decreto en el cual se les otorgó prestaciones millonarias a altos funcionarios que no tenían ese derecho.
La victoria de Libre supo a esperanza, aun para los que no votamos por dicho partido. Más aún con la primera mujer en la Presidencia, pero lo que molesta es la omnipresencia del expresidente José Manuel Zelaya Rosales. Su deseo de venganza está impregnando todo el mandato de su esposa. Pasamos del odio a JOH al odio que genera Mel Zelaya.
Ahora, en un absurdo total, llama a la gente a las calles, pero, ¿por qué?, si ellos son los que gobiernan, ¿contra qué van a protestar?
Aturde ver tanto desbarajuste que arma el expresidente sin ton ni son; pareciera no tener explicación alguna, pero basta con lo último que ha elucubrado para entender por dónde va la cosa: esparcir la idea de que se está fraguando un golpe de Estado.
¡Al fin apareció el peine! Está siguiendo un manual, el manual chavista, reforzado con la jerigonza del foro de Sao Paulo.
Lo primero es adormecer a la gente diciendo que no hay ambiente para una constituyente y que no hay intención de reelección. Luego viene el ataque, al inicio blando, pero cada vez más visceral, contra los medios de comunicación.
Acto seguido, también poco a poco, dividir a la sociedad hondureña con la intención de confrontarlos. De la nada se le ocurre que alguien, sin nombre ni apellido, está armando un golpe de Estado. A todo eso, ya inició el alejamiento con los Estados Unidos, peleándose frontalmente, y como consecuencia, y en contraposición, acercarse más y más a Nicaragua, Rusia, Cuba y Venezuela.
Todos esos pasos se dan sobre una inestabilidad angustiante en la que los colectivos llegan a sembrar el caos y terror en oficinas públicas con garrotes en mano. No hay medicinas en los hospitales, la delincuencia en aumento, el Presupuesto General de la República no se ha ejecutado en un 60%, se le adeudan salarios al personal de Salud de la mayoría de hospitales desde hace 6, 7 y hasta 8 meses, y ello nos lleva a pensar que pronto imputará esta crisis -que se agudiza con una inflación galopante- a esos “intereses oscuros”. No está lejos que ordene decretar leyes contra empresarios, medios de comunicación y la oposición, y que los encarcelen por traición a la patria, al mejor estilo orteguista. Más ahora que lo han “nombrado” el enlace de la bancada de Libre con los otros partidos en el Congreso Nacional, como si para eso no existiera un jefe de bancada.
Aclaremos: lo peor que le podría pasar a este país desvencijado, empobrecido, golpeado por huracanes y la pandemia, y ahora una inflación mundial, es un golpe de Estado. Eso solo es ocurrencia de Mel siguiendo dicho manual.
La economía se paraliza, el transporte se detiene, es difícil ir a los trabajos, mucha gente que gana el día a día se la ve a cuadritos. Retenes, cierres de carreteras, manchas, pedradas, balazos, incendios, en fin, un infierno. Nadie quiere un golpe de Estado.
Todos debemos apoyar al gobierno de doña Iris Xiomara Castro Sarmiento. Si ella hace las cosas bien, todos ganamos.
El Partido Nacional dejó un desorden, el cual implica una tarea enorme reorganizar, pero a Mel Zelaya no le importa el país, ni la gente, lo que le importa es ganar. Es un apostador de naipes, por ello tiene que irse, tiene que alejarse de la presidenta, dejar de estorbarla y permitirla gobernar.
Ojalá entiendan eso a tiempo antes de que le vuelva a dar fuego al país.