En elecciones democráticas gana quien logra la mayoría de los votos. Por eso, hay que contar hasta el último sufragio. Y en democracia, no se puede excluir que el voto popular se oriente en cualquier dirección, incluso en contra de los intereses del propio electorado. No debemos descartar la posibilidad de que Rixi gane las elecciones. Además, el gobierno de Xiomara Castro está haciendo todo lo posible para que eso ocurra — recurriendo a ilegalidades y creando miedo para que los electores no voten — por lo que debemos considerar un escenario donde Rixi Moncada triunfe.
Detrás está Mel Zelaya: un hombre mentalmente obsesionado, víctima de una educación que cabalgó a pelo sobre la violencia. A los 23 años estuvo al lado de su padre, ejecutor de la masacre de Los Horcones, la más vergonzosa sufrida a manos de los militares. Este hecho, bien documentado, confirma que el libre albedrío puede desaparecer y que su conducta esté predeterminada. Si es así, hay que anticipar que detendrá la marcha de los electores en contra de Rixi, igual que su padre impidió la “Marcha de la Esperanza” de los campesinos reclamando tierras. Participó junto a Chinchilla, Plata y Ártica en el asesinato de 15 personas. Ahora, con otros militares, Mel puede detener la voluntad popular. Esta relación entre 1975 y 2025 no hay que descartarla. El cerebro humano es inescrutable. Mel, igual que su padre, puede querer imponernos su voluntad.
Hay que imaginar qué ocurrirá. En primer lugar, la comunidad internacional lo verá como un triunfo de Nicolás Maduro, evidencia del avance del autoritarismo y prueba de que Estados Unidos ha perdido calidad de potencia mundial, incapaz incluso de defender su “patio trasero”. Trump, en su estilo particular, impondrá aranceles a las exportaciones, lo que reducirá el empleo, propiciará la emigración de las maquilas y ordenará el cierre del financiamiento en los organismos donde tiene influencia: BID, FMI, Banco Mundial y otros. El Salvador y Panamá — los dos socios más importantes después de EE. UU. — reducirán sus negocios. Ello presionará sobre las reservas, que entonces aumentarán su dependencia de las remesas. Lo peor será la fuga de capitales. Esta corrida de fondos afectará el crédito, contraerá el ahorro y alimentará un proceso inflacionario acelerado.
China no se la jugará con Mel porque no es confiable. Carece de disciplina para el ejercicio del gobierno y no tiene capacidad para proponer salidas que despierten respeto entre los intelectuales y pragmáticos gobernantes orientales. China ha sido muy cauta con los centroamericanos. El más “confiable” es Bukele, no Ortega.
Los hondureños no tienen fama de confiables. Además, Mel en muchas ocasiones ha pretendido hacerse el más listo y gracioso. Esto los analistas internacionales lo saben.
La prensa considerará emigrar. La SIP activará las alarmas anunciando el peligro. Nadie querrá venir a invertir a Honduras. Las reinversiones que se han hecho — es decir, con utilidades locales, no con dinero fresco — se reducirán al mínimo, y el desempleo aumentará drásticamente. El gobierno tendrá la obligación de crear un sistema represivo de control de la población, porque de lo contrario, la delincuencia se desbocará. Los delincuentes se creen legitimados, igual que lo hace el gobierno, para violar la ley y sobrevivir, incluso robando y matando “para no morirse de hambre”.
La inmigración hacia Estados Unidos se incrementará. Aunque Trump crea cerrada su frontera sur, la avalancha hondureña tendrá carácter de desesperación. Guatemala y El Salvador no tendrán fuerza para detenerla. Saldrán de aquí huyendo del gobierno, como los venezolanos. “Con Bartolo y sin Bartolo”.
Mel no tiene un programa alternativo para enfrentar esta eventualidad. Es un hombre de limitados recursos intelectuales. Juega al día a día, sin planes alternativos. Aunque Maduro no caiga y Estados Unidos se retire con la cola entre las piernas, no querrá explotar el éxito provocando a los gringos, dándole apoyo a un gobierno cuya existencia no le deparará ninguna oportunidad para su propia sobrevivencia. Igual que su padre, Mel Zelaya solo tiene alternativas para resolver lo inmediato. En este caso, el único camino, como en 1975, es el recurso de la violencia para detener a los que, habiéndose quedado — porque no tendrán alternativa — marcharán sobre Tegucigalpa exigiendo que el gobierno solucione los problemas para los cuales no tendrá soluciones.
Otra vez, Honduras morirá. Igual que cuando los sacerdotes Iván Betancourt, Casimiro y otras 13 personas más fueron arrojadas a un pozo malacate en una finca de los Zelaya y los Moncada. Ahora, preparado en Talanga, probablemente. “Piensa mal y acertarás”.







