La izquierda hondureña, siempre fue obediente de la URSS. Dionisio Ramos Bejarano decía que, ellos fueron “agentes” de Moscú. Recibían desde allá los “informes” que debían suscribir; y, enviar al partido, en el Kremlin. La primera distorsión, se produjo con la Revolución cubana. El partido en La Habana, no estuvo de acuerdo con Castro, sino hasta que mostró que podía ganar. Después de 1959, todos en Honduras, de una forma u otra; fuimos “fidelistas”. Hasta 1967 en el caso de los reformistas cristianos. Y para 1971, con el “affaire” de Heberto Padilla, los intelectuales más orgánicos del PCH reaccionaron. Pero sin ninguna declaración pública. Y menos, cuando Fidel Castro, en una atrevida postura, apoyó la invasión soviética sobre Checoeslovaquia.
En enero pasado, mientras estudiaba la postura de los intelectuales de izquierda de Honduras en la crisis de 1971, en que los principales escritores latinoamericanos y europeos, señalaron con preocupación que Castro había instalado en Cuba un modelo estalinista de gobierno, descubrí que los hondureños no hicieron ninguna declaración. Se llamaron al silencio. Sosa, Valle, Escoto, Gáleas, Gonzales, Ramos; y, otros, no dijeron nada, supongo temerosos de perder el favor de la “Casa de las Américas”. Pero cualquiera haya sido el motivo, el silencio mostró la falta de capacidad crítica de la izquierda, que ahora, echamos en falta en el gobierno de Xiomara Castro.
El discurso polarizante, entre dos extremos: el gobierno de “Mel” Zelaya y los golpistas, se ha enfocado en un dilema entre el dolor del ofendido; y el riesgo de la impunidad del ofensor. Nadie ha intentado siquiera, preguntarse si, el 28 de junio del 2009, pudo evitarse; y que, si Zelaya hubiese sido más consciente, el sistema democrático no habría pasado el trauma en que, se crearon las condiciones para una confrontación creciente que amenaza la existencia de la paz de la República y, compromete el éxito del gobierno de Xiomara Castro. Un gobernante más sensible, atento a las potencialidades y reacciones de las fuerzas políticas, habría concertado y buscado espacios para avanzar; y, prudencia para detenerse en los lugares en donde el sistema había creado barreras imposibles de remontar dentro de la legalidad establecida. Claro, juzgadas las cosas desde el éxito logrado en 2021 y en la calle, mediante una alianza inteligente, frente a los errores que representó la reelección de Juan Orlando Hernández (JOH), es difícil encontrar la utilidad de la crítica de un régimen que, sin duda cometió muchos errores que también se pudieron evitar. Y que su estudio, puede servir para que el régimen actual, no cometa las mismas equivocaciones. Porque hay que entender que, si los errores del pasado fueron útiles para crear las condiciones objetivas que facilitaron el regreso, -en una reelección disimulada- al poder, las circunstancias actuales, no tienen un horizonte favorable que se intuía en el 2009. Ahora, lo que se percibe en el vacío, es la soledad infinita del abismo.
El discurso de la Presidente Castro, las declaraciones de “Mel” y de la totalidad de los jóvenes exaltados que anidó el cierre de los espacios para los líderes universitarios en la UNAH, no muestran ninguna disposición para la reflexión, crítica; y, menos para la rectificación. La percepción de la realidad es estática. El comportamiento de los actores opositores “ilegítima”. Y su fuerza para derribar al régimen, se anticipa imposible. Es decir que, en las posturas sectarias -a lo Aníbal Escalante en Cuba- no hay en la izquierda revolucionaria hondureña, un Fidel Castro que reaccione y ordene las cosas, para así defender la “revolución”.
Por ello, es fácil percibir, en el inmovilismo del régimen; su incapacidad para conectarse con las franjas tibias del electorado. El triunfalismo abusivo en que se mueven, congela los ministros del régimen. Les falta habilidad para hacer contactos y arreglos con franjas opositoras; pero distantes de la oposición “golpista”. Esta dureza del régimen, que se siente cómodo de espaldas a la opinión pública, que solo se escucha a sí mismo, pueden volverlo lento, congelado y quebradizo, ante nuevas realidades que asuma la oposición. La postura en el Congreso Nacional es muy rígida. El dominio sobre las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, es muy peligroso, porque reduce los espacios de negociación y obliga a que la oposición caiga en la desesperación. Con el mismo guion del 2009, es fácil predecir los resultados.