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Home Opinión

El momento democrático que se desvanece en el mundo

Por R. Evan Ellis, Profesor de Investigación para America Latina en el Colegio de Guerra de los EE.UU. 

18 septiembre, 2023
in Opinión
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La República Popular China presiona económicamente a varias naciones de la región.

La República Popular China presiona económicamente a varias naciones de la región.

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Desde el final de la Guerra Fría, el comercio mundial y el intercambio de personas e ideas han sido potenciados por un marco institucional que está arraigado en un concepto exigible del estado de derecho y complementado por una aceptación general de la democracia y la protección de ciertos derechos universales, como ideales a los que aspirar.  La generación que ha pasado, en la que ha prevalecido ese orden ha hecho que quienes viven en él han llegado olvidar su fragilidad.

Este artículo examina la confluencia actual de dinámicas geopolíticas, para resaltar un grave riesgo emergente: el orden internacional basado en reglas y la democracia y la defensa del derecho universal como norma aspiracional se está desmoronando.  La dinámica es compleja pero se centra en cuatro fenómenos significativos e interdependientes: (1) la interconectividad global y sus consecuencias; (2) la insuficiencia percibida de la democracia occidental en ese contexto para abordar los desafíos centrales; (3) el ascenso de la República Popular China (RPCh) y su impacto en otros actores, y (4) graves deficiencias en la respuesta de los Estados Unidos al nuevo panorama de amenazas estratégicas.

La globalización, irónicamente, es el facilitador del sistema actual, pero también el impulsor de las dinámicas que lo están transformando.  El intercambio de personas, comercio, dinero, datos e ideas posibilitado por la globalización y su marco institucional de apoyo fue fundamental para la transformación de la República Popular China, aprovechando su acceso a los insumos, los mercados, el capital y la tecnología mundial. 

El acelerado flujo global de información y la «democratización» de su difusión a través de nuevas tecnologías como las redes sociales ha ejercido presiones sin precedentes sobre las democracias, ampliando la brecha, ya significativa, entre las expectativas de los ciudadanos y el desempeño de sus gobiernos, aumentando las demandas, la insatisfacción, las percepciones de «diferencia», en un mundo plural, y la polarización.

La globalización también permitió la expansión de las flujos delictivas transnacionales, la vulnerabilidad a las crises económicas mundiales, las epidemias derivadas de nuevos y más amplios contactos entre personas, animales y plantas; ataques y delitos relacionados con el ciberespacio; además del terrorismo, habilitado por la difusión de ideas radicales y el conocimiento de formas de matar y perturbar el mundo interdependiente.

En gran parte del mundo, la interconectividad ha alimentado las expectativas, la criminalidad y la inseguridad, el descontento, la polarización y la radicalización, más rápidamente que ha traído beneficios y soluciones percibidos, particularmente en partes del mundo afectadas por gobiernos débiles y / o corruptos.

En América Latina, la interconectividad desempeñó un papel facilitador en el crimen transnacional, la propagación de Covid-19, los efectos inflacionarios de la invasión no provocada de Ucrania por parte de Rusia, y el discurso público que ha transformado ese descontento en desilusión y acciones desestabilizadoras en los sistemas políticos democráticos.

A pesar de la sabiduría convencional de que el discurso alimenta la democracia, las democracias asediadas han demostrado ser notablemente vulnerables a la combinación contemporánea de desilusión ciudadana, desafíos reales y una sobrecarga de información imperfecta y a menudo polarizadora.  Al mismo tiempo, los actores autoritarios se han vuelto expertos en aprovechar el nuevo entorno de la información para magnificar y weaponizar el descontento, desestabilizar y jactar democracias y consolidar el poder, mientras que tambien limitan sus propias vulnerabilidades al intercambio de información.

Una vez en el poder, los regímenes iliberales que representan una amplia gama de culturas y agendas, desde Rusia hasta Irán, Arabia Saudita, Venezuela, Cuba y Nicaragua, han utilizado el control sobre los medios de coerción para reprimir o intimidar a los opositores, mientras que utilizan el control sobre las instituciones legislativas y judiciales para prohibir o quebrar partidos políticos no alineados, ONGs, la Prensa y otras bases posibles de oposición.  Las nuevas generaciones de autoritarios desde Honduras en la izquierda, a El Salvador por la derecha están aprendiendo de y aplicando el libro de juegos.

La República Popular China ha desempeñado un papel clave aunque indirecto en la supervivencia y el avance del autoritarismo, comerciando con, invirtiendo en, financiando y apoyando de otras formas a regímenes iliberales para su propio beneficio. 

Financia económicamente la guerra de Rusia contra Ucrania, simultáneamente empodera la economía petrolera de Irán y su rival Arabia Saudita, la acumulación de misiles de Corea del Norte, y el gobierno criminal de Venezuela y su búsqueda de rentas ilícitos, mientras que, simultáneamente se distancia del mal comportamiento de cada uno.  Su compromiso económico ha contribuido recursos a regímenes como Venezuela, el anterior gobierno de Rafael Correa en Ecuador y los gobiernos del MAS en Bolivia, para compensar a los partidarios del régimen, mientras que esas regímenes se consolidan el poder, en maneras que ahuyentan otras fuentes de financiamiento.

La República Popular China se ha vuelto cada vez más sofisticada y sin disculpas en la promoción de ese interés mutuo entre autoritarios.  La Iniciativa de Civilización Global (GCI) de China, por ejemplo, fomenta un concepto no concreto o unitario de democracia y derechos humanos, que impide la coordinación en la comunidad internacional contra quienes violan tales normas y derechos.  La RPCh ha aprovechado el deseo de los regímenes iliberales de protegerse contra las sanciones occidentales, para obtener su cooperación para transicionar a transacciones denominadas en RNB, que en última instancia sirven a los objetivos a largo plazo de la República Popular China en posicionar su moneda como un pilar clave de un sistema financiero global transformado.

En la nueva dinámica global, la disponibilidad de la República Popular China como socio económico y estratégico socava la capacidad de Estados Unidos para presionar a otros gobiernos para que se adhieran a las normas democráticas y los derechos humanos.  A medida que las crisis políticas y económicas empujan a un número creciente de regímenes hacia el campo iliberal, el impulso de esos gobiernos a colaborar para protegerse mutualmente, a pesar de sus agendas divergentes, socava la capacidad de Occidente de utilizar mecanismos internacionales para resolver disputas legales y políticas.

Por otro lado, la dominación por el sector privado del sistema estadounidense limita su capacidad para canalizar el capital privado hacia una contraoferta atractiva para contrastar el cortejo por China. 

Finalmente, los propios Estados Unidos han sido víctimas de las fuerzas de polarización y parálisis política de la época informática moderna, socavando su capacidad de presentarse como un ejemplo atractivo y efectivo de democracia para otros, y paralizando su capacidad para formular políticas públicas efectivas contra el doble desafío de la República Popular China y el régimen iliberal.

El desmoronamiento del orden democrático basado en reglas no es ineludible, pero evitarlo requiere un cambio dramático en la cohesión interna de los Estados Unidos y la efectividad de las políticas públicas.  En ausencia de tal cambio, aquellos que reconocen y se preparan para el ascenso que se refuerza mutuamente de la República Popular China y el liberalismo, estarán mejor preparados para navegar y sobrevivir.

Tags: autoritarismoChinademocraciaEstados UnidosEvan Ellis
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