
Honduras ha entrado en un limbo político como no se veía desde las elecciones de 2017, marcadas por acusaciones de fraude y que culminaron con la declaración de Juan Orlando Hernández, del Partido Nacional, como presidente del país. La votación concluyó hace más de dos semanas, pero la ausencia de resultados oficiales ha dejado a Honduras suspendida entre dos narrativas de victoria en competencia y un sistema electoral que lucha por explicar su propio colapso.
Lo que comenzó como una falla rutinaria en la transmisión de resultados la noche de las elecciones se ha transformado en una prueba prolongada de credibilidad institucional, sacudiendo un proceso electoral marcado por conteos disputados y largas interrupciones en la transmisión que parecieron favorecer al candidato del Partido Nacional, Nasry Asfura. El Partido Nacional ha negado las acusaciones, afirmando que fue el Partido Libre el que intentó cometer fraude desde el inicio. Esto ha reavivado interrogantes sobre las fuerzas externas que ahora gravitan en torno al Estado políticamente más volátil de Centroamérica.
El Consejo Nacional Electoral ha sostenido que el retraso se debe a fallas técnicas, pero ni la ciudadanía ni la oposición están convencidas. Tanto el Partido Libre como el Partido Liberal, rivales en esta elección, han señalado discrepancias entre las actas recopiladas en las mesas de votación y las actualizaciones graduales publicadas en línea. Observadores internacionales que monitorearon el proceso reconocieron irregularidades antes de la votación y han exhortado a la transparencia. Estados Unidos emitió un comunicado cauteloso señalando que “Estados Unidos apoya la integridad del proceso democrático en Honduras”.
Esta crisis institucional se desarrolla en un momento en que Honduras ya está reconsiderando una decisión clave de política exterior: el giro diplomático de 2023 de Taipéi a Pekín. Casi dos años después de establecer relaciones con China, las grandes expectativas económicas que acompañaron el cambio no se han materializado. Los principales proyectos de infraestructura siguen sin concretarse. El acceso al mercado chino resultó más limitado y exigente de lo que Honduras anticipaba. Los exportadores de camarón, uno de los principales generadores de divisas del país, enfrentaron dificultades luego de perder el mercado taiwanés sin que China incrementara sus compras para compensarlo, mientras que los paquetes de inversión prometidos han permanecido en gran medida en el plano aspiracional.
Mientras tanto, la presencia de China ha sido más visible en el sector de consumo, a través de la expansión de grandes cadenas minoristas que han provocado caídas de hasta un 70% en las ventas de productores hondreños, en lugar de materializarse en asociaciones industriales o de desarrollo.
Las consecuencias políticas ya son visibles. Ambos bloques principales de la oposición, que en conjunto concentran la mayoría del voto, hicieron campaña prometiendo restablecer relaciones formales con Taiwán.
Su postura no fue presentada como ideológica ni anti-China, sino como una corrección pragmática basada en resultados. Durante décadas, Taiwán apoyó a Honduras mediante cooperación agrícola, capacitación técnica, brigadas médicas y programas de becas, iniciativas que impactaron directamente a las comunidades locales. En contraste, el compromiso chino se ha concentrado en canales elitistas y ha tenido dificultades para generar beneficios tangibles para la ciudadanía.
A medida que el conteo de votos se estanca, surge una pregunta geopolítica más amplia: ¿podría Honduras convertirse en el primer país en casi veinte años en revertir un cambio diplomático de Pekín de regreso a Taipéi?
Un giro de este tipo tendría un peso simbólico significativo en una región donde China ha acumulado victorias diplomáticas constantes y donde los aliados de Taiwán han disminuido progresivamente. También tendría repercusiones más allá de Centroamérica, en un momento en que varios gobiernos de Sudamérica y el Caribe están reevaluando el valor económico de sus vínculos con Pekín.
Para China, el caso hondureño representa una prueba de estrés sobre su capacidad para convertir el reconocimiento diplomático en influencia política significativa. Pekín ha presentado durante años sus relaciones en Centroamérica como evidencia de un impulso sostenido contra los aliados restantes de Taiwán. Una reversión, especialmente impulsada no por presiones externas sino por expectativas incumplidas, complicaría esa narrativa y expondría los límites de la diplomacia de desarrollo china.
Para Taiwán, las apuestas son igualmente altas. Taipéi ha construido silenciosamente una muy buena voluntad pública en Honduras durante décadas mediante cooperación no política. Si el próximo gobierno hondureño restablece relaciones, esto representaría una rara ganancia diplomática en un momento de creciente presión en el estrecho de Taiwán, y reforzaría el argumento taiwanés de que sus alianzas se basan en un compromiso sostenido a nivel comunitario, y no en promesas grandes pero incumplidas.
Estados Unidos también se encuentra en un momento decisivo. Washington ha desempeñado históricamente un papel central en la gobernanza hondureña, particularmente en cooperación en seguridad y supervisión electoral. Sin embargo, su influencia ha sido a menudo episódica, reactiva o eclipsada por consideraciones internas. El actual impasse ofrece una oportunidad para adoptar una postura más estable y principista: apoyar instituciones transparentes mientras se prepara para trabajar con el gobierno que emerja, especialmente si este busca recalibrar su política exterior alejándose de Pekín.
Independientemente de si la crisis electoral se resuelve rápidamente o se prolonga, sus implicaciones van más allá de quién asuma la presidencia. Honduras enfrenta una pregunta más profunda sobre qué tipo de asociaciones internacionales realmente generan resultados y qué actores extranjeros tienen la credibilidad para moldear su trayectoria de desarrollo. La respuesta a esa pregunta podría redefinir el panorama diplomático no solo en Centroamérica, sino en todo un hemisferio donde la expansión china alguna vez pareció inevitable.
La elección en Honduras, que sigue sin declarar a un ganador, ha dejado al descubierto profundas debilidades institucionales. Pero también ha reactivado un debate mayor, uno que podría alterar el equilibrio geopolítico de la región durante los próximos años.







