Cuando el Congreso Nacional falla, la democracia peligra. La crisis de 1904, empezó en el Congreso. Manuel Bonilla arremetió en su contra y encarceló a los diputados de la oposición; dando el primer golpe en contra del estado de derecho de la historia nacional. La guerra de 1924, se produjo por la falta de un Congreso, con diputados inteligentes, tranquilos y comprometidos más que con los caudillos, con el país y su pueblo. En 1954, los diputados “caristias” y “reformistas” no cumplieron con sus deberes ciudadanos, deshonrando sus compromisos con sus representados, dejando de concurrir a sesiones, creando el vacío que provocó la dictadura de Lozano y la emergencia de los militares como “partido” político.
El Poder Legislativo, tuvo inicialmente dos cámaras. El conflicto en que Herrera se viera implicado con Irías y con el Presidente Federal Manuel José Arce, tuvo mucho que ver con la incapacidad del Congreso para manejar las diferencias dentro del marco de la ley. Y con la calidad de los legisladores que en el principio eran más designados que elegidos; y escogidos por los caudillos, no tanto por sus méritos; sino que en función de su lealtad con el poder superior que mantenía la dominación del sistema. Posiblemente el Congreso qué más brillantes individualidades tuvo fue el que surgió de la guerra de 1903. Policarpo Bonilla, era un buen tribuno, singular e inteligente; y además, el Congreso mostraba una sindéresis en la que sus miembros, tenían que comportarse en forma intachable, por lo menos en las formalidades externas. Allí no habría tenido espacio Mel, Matías Fúnez, Alfredo Landaverde; y menos Juan Barahona.
El Congreso de 1928, controlado por Carías Andino fue ejemplo de talento y dedicación. Brillaron muchos diputados: Abrahán Williams Calderón, Felipe Reyes y Venancio Callejas. El de 1933, se rindió a la sumisión; y por esta vía se convirtió en constituyente en 1936, emitiendo una nueva Constitución para darle vida al continuismo más “ordenado” de la historia nacional. Plutarco Muñoz, de Santa Bárbara, pero diputado por Yoro, se consagró por su lealtad al caudillo y al decir que la Constitución “era pura babosada”, braceo en el lodo de la inmundicia por los siglos de los siglos.
El Congreso de 1957, fue el mejor de la segunda mitad del siglo pasado. Villeda Morales, Rodas Alvarado, Williams Calderón, Gómez Cisneros, Pineda Madrid, Celeo Gonzales, dieron muestra de manejo del derecho constitucional y habilidad para la negociación y los acuerdos. Su error fue evitar las elecciones presidenciales que llevaron a la creación de un poder bicéfalo, en que el Jefe de las Fuerzas Armadas – figura nueva en el mando militar –, se convirtiera en un cogobernante que al final se rebeló y destruyó todo en la madrugada del 3 de octubre, la más dolorosa de la historia.
Desplazado por incompetente el “reformismo militar”, la Constituyente de 1980 no cometió el error de la de 1957. Y el país, tuvo entonces, destacados legisladores que, mostraron más civilidad, talento y honor que muchos del pasado que se rindieron a las órdenes de sus jefes. Aguilar Paz, Carlos Flores y Nicolás Cruz Torres, fueron excelentes legisladores que nos dieron la Constitución más duradera de la historia nacional; y a la que ni siquiera Mel Zelaya ha podido destruir.
Ahora, el Congreso ha tocado fondo. No solo ha perdido su carácter colegial, sino que se ha duplicado en forma cancerígena, hinchando su número sin que nadie se haya opuesto, convirtiendo a los “suplentes” en propietarios; y colocándolos servilmente al servicio del caudillo. Unos por comisión; otros por omisión y complicidad, entregaron la Fiscalía y la Corte a Mel, sin ruborizarse creyendo que lo que era bueno para los pactantes, lo era para Honduras.
Ahora, con el modelo electoral vigente, es difícil que la elección de noviembre nos dé un mejor Congreso. La tendencia es repetir lo peor de ahora. La mayoría de los candidatos no exhiben méritos para legislar. Algunos son populares, conocidos por los jefes de las mafias políticas. Otros de conductas sospechosas. Los que van a la reelección tienen pocos méritos. No han evitado el deterioro del Congreso, ni frenado a Redondo en el loco cumplimiento de sus estupideces. Y los nuevos y nuevas, son populares; pero no basta. El Congreso no es pasarela, sino que foro representativo donde priva el compromiso más que la lealtad a los jefes partidarios. Sirviendo a la Patria. No a la perversidad y al delito.







