Pasadas las elecciones, escuchada la voz colectiva sobre quienes gobernaran al país durante los próximos cuatro años, hay que reparar los daños y limpiar las suciedades. Hemos rasgado el tejido social. Roto la comunicación entre personas, familias y grupos, manejando ideas equivocadas sobre la sociedad, la economía, la política y el futuro nacional. Los vínculos de comunicación interrumpidos entre personas e instituciones, deben ser restablecidos. Hay que limpiar el piso, echando fuera la basura, abandonando las estupideces intercambiadas, las mentiras inventadas; y las ofensas que inferidas entre unos y otros. Tenemos que entender que las campañas algunas veces son apasionadas; y que esta fue polarizada al máximo.
De la misma manera, hay que identificar las verdades descubiertas, renunciar a los errores de apreciación equivocados; y aceptar los hechos inevitables que tienen su base en la realidad de la vida: la idea que la política aunque necesaria debe ser limitada moralmente; que la economía tiene reglas y leyes que deben ser obedecidas; y que las relaciones internacionales deben ser reconstruidas, porque la irrupción de Trump en la campaña, ha inferido daños que si no los reparamos, servirán para que la existencia de Honduras, en otra campaña tan polarizada como esta se vea seriamente comprometida.
En términos realistas hay que aceptar que estamos “malheridos”. Si en otras campañas, el comportamiento de los políticos propicio el respeto por la opinión ajena, en esta caímos en la equivocación de creer que existe el pensamiento único; y que solo es válida la unanimidad, creyendo que las verdades tribales son palabra de Dios, válidas mientras no se usen como bozales para imponérnoslas a nosotros. Debemos reconocer que nos hemos desvalorizado al aceptar que desde afuera vengan a decirnos por quien votar, con lo que al final, hemos permitido la reducción de la soberanía nacional.
No hemos tenido los hondureños una auto estima muy elevada. Hemos caminada con la cabeza agachada, con los ojos llorosos; y los pies levantando polvo. En esta campaña, el que no ha mirado a Wsahuington disgustado; lo ha hecho hacia la Habana o Caracas. Y no para encontrar en Martí la anticipación de las desgracias de los latinoamericanos en el manejo del poder; o Bolívar que mostro el autoritarismo del liderazgo que cae siempre en la tentación del irrespeto a la ley y el rechazo a la democracia. Todo lo contrario.
Reconocer que la Republica esta herida, golpeada y ofendida, es el primer paso. El segundo es aceptar que nos hemos maltratado; y que, en consecuencia, debemos reconciliarnos; reconociendo que pensar diferente no es debilidad, porque que en la unidad en la diversidad esta la fuerza. Debemos volver como como antes, yendo a los velorios –sin diferencias partidarias– participando en los matrimonios; o compartiendo las mismas angustias cuando la tragedia destruye la casa común.
El discurso sectario y mentiroso, la agresividad y la mala cara, deben dejarle espacio al cariño del hermano. Que compartiendo la misma Patria asumen que tienen responsabilidades generales. Desde el reconocimiento que nuestra incompetencia produce el atraso en que vivimos, la falta de autonomía para dirigir nuestro destino, sin explotar a los pobres que con sus remesas sostienen una forma de vivir que no guarda relación con el esfuerzo colectivo interno.
Aceptar que hemos fracasado, porque no producimos los que nos comemos es fundamental. Igualmente, que no tenemos dinero para operar un sistema de seguridad social de cobertura general. Que el sistema de justicia es injusto; y que los partidos en vez de líderes empollan caudillos; y animan al general irrespeto a la ley. Que el sistema educativo no forja el carácter colectivo sino que la sumisión.
Hay que hacer un acto de contrición. Hay que reconocer como cristianos, que “hemos pecado mucho de palabra y obra”. Que nos hemos ofendido y que estamos avergonzados. Es inevitable reconocer que la obstinación, la terquedad y la incapacidad para actuar realistamente, es la fuente de los escasos resultados. Y que el fracaso de Honduras, estando cerca de la orilla del abismo, debe obligarnos a detenernos.
Seguir el mismo camino de hasta ahora no llevara a la destrucción colectiva. Solo tenemos una patria. La única que nos podemos llevar a la boca. No hay tiempo de crear otra. Y al buscar otros cielos, los dueños nos recibirán mal y nos rechazan, porque vamos a quitarles lo que han construido con trabajo, sudor y lágrimas.
Hay que tomar partido. Pero esta vez por Honduras; y solo por Honduras.







