El gran reto de “Papi a la orden”, gobernar una Honduras fragmentada, empobrecida y sumida en violencia

En medio de amenazas desde el oficialismo y de los arrebatos del candidato liberal Salvador Nasralla, que insiste en denunciar fraude, Nasry Asfura fue declarado oficialmente ganador de las elecciones presidenciales del 30 de noviembre, según el Consejo Nacional Electoral (CNE).

Nasry Asfura, presidente electo de Honduras.

Nasry Juan Asfura Zablah, el nacionalista que suele vestir camisas celestes y andar con las mangas remangadas, recién proclamado presidente tras un escrutinio turbulento que se extendió por más de 3 semanas, tiene ahora una dura tarea. Deberá gobernar un país donde los ataques al proceso electoral generaron un escenario político nocivo para la democracia, el Estado de derecho y el futuro de una sociedad agotada por la violencia y la pobreza.

A sus 67 años, “Tito”, o como lo conocen popularmente, “Papi a la orden”, enfrenta ahora la mayor tarea de su vida política. La diferencia de votos a su favor es de menos de 30,000 votos. Sus promesas de cambio y el respaldo explícito de Donald Trump, expresado días antes de las elecciones, dieron oxígeno a un Partido Nacional golpeado y devaluado, la derecha tradicional que aún cargaba con la sombra de su último presidente.

Juan Orlando Hernández (2014–2022), amigo personal de Asfura, había sido condenado a 45 años de prisión en Estados Unidos por narcotráfico. Sin embargo, de forma inesperada, JOH fue indultado y liberado, un hecho que marcó el cierre simbólico de un ciclo político que parecía irremediablemente sepultado.

El Consejo Nacional Electoral (CNE) ratificó los resultados y Asfura recibirá el mando del Ejecutivo de manos de la izquierdista Xiomara Castro el 27 de enero de 2026. Gobernará durante los próximos 4 años.

Ana Paola Hall, presidenta, y Cossette López, firmaron la declaratoria. Marlon Ochoa, el beligerante consejero representante del oficialismo no la suscribió. Él alega que hubo “fraude electoral”. Es el guion de su partido, el mismo que sufrió su más fuerte derrota y cuya candidata, Rixi Moncada (militante de huezo colorado), quedó en un lejano tercer lugar. No logró ni el 20 % de los sufragios, según los números oficiales.

Mientras tanto, el liberal Salvador Nasralla, quien volvió a quedar en la antesala del Ejecutivo, se mantienen en que no reconocerá esa declaratoria.

Sin confrontar, solo esperó

Asfura supo desde los primeros días del escrutinio que había ganado. Las acusaciones de Nasralla, a quien venció por un margen estrecho, y los señalamientos de Manuel Zelaya, el expresidente derrocado y hoy caudillo de la izquierda gobernante, parecieron importarle poco.

Ambos optaron por dinamitar el camino hacia el Ejecutivo durante los días más tensos del conteo. Asfura, en cambio, evitó el choque directo. Se replegó, esperó y dejó que otros libraran la batalla en redes sociales y tribunas públicas. Apareció solo en contadas ocasiones para llamar a la calma, pedir respeto al proceso y a la voluntad popular.

Esperó con el aura del ganador. Simple. Ya tendría tiempo para enfrentar el desgaste de gobernar el país más violento y pobre de Centroamérica.

De la alcaldía capitalina a la presidencia

Su trayectoria combina la imagen de gestor pragmático con señalamientos persistentes. Nacido el 8 de junio de 1958 en Tegucigalpa, es hijo de inmigrantes palestinos cristianos llegados a Centroamérica en los años cuarenta. Está casado con Lissette del Cid y es padre de tres hijas.

Se formó en el Instituto San Francisco, inició estudios de ingeniería civil en la UNAH y luego se dedicó a la construcción, donde consolidó un perfil empresarial que más tarde capitalizó en política.

Su ingreso al sector público comenzó en los años noventa en la Alcaldía del Distrito Central. Fue regidor en 2006, diputado por Francisco Morazán entre 2010 y 2014 y director del FHIS, cargos que lo proyectaron dentro del Partido Nacional. El punto de quiebre llegó con la alcaldía de Tegucigalpa (2014–2022), dos períodos marcados por obras visibles de infraestructura y programas sociales.

Para sus seguidores, esa gestión consolidó una reputación de ejecutor eficaz. Para sus críticos, concentró poder y profundizó un modelo centralista.

En 2021, Asfura quedó segundo en la carrera presidencial, con cerca del 37 %, detrás de Xiomara Castro. Volvió a intentarlo con una campaña centrada en su “Visión 5 Estrellas”, basada en reactivación económica, empleo, seguridad y alianzas internacionales, con énfasis en Estados Unidos.

Acusaciones y amenazas

El camino no estuvo libre de controversias. Asfura enfrentó acusaciones de corrupción, incluidos señalamientos por desvío de fondos municipales y menciones en los Papeles de Pandora. Varios procesos no prosperaron o fueron anulados, una resolución que sus detractores cuestionan y sus aliados presentan como exoneración.

Para unos, representa continuidad y experiencia ejecutiva. Para otros, encarna las sombras del pasado del Partido Nacional. En un país marcado por la desconfianza electoral, Nasry Asfura vuelve a ocupar el centro del debate sobre poder, legalidad y rumbo político.

Exit mobile version