El Estado soy yo: Daniel Ortega

Por Óscar Picardo, académico, Director del Instituto de Ciencias de la Universidad Francisco Gavidia de El Salvador

El otrora revolucionario sandinista está traicionando todo… mientras se pavonea por las calles de Managua con su escolta y su Mercedes Benz clase GLS; embriagado de poder y viviendo un síndrome megalómano de semidios con el que expulsa nicaragüenses, extradita a políticos -incluyendo a la ex comandante Dora María Téllez-, les quita la nacionalidad a los ciudadanos, prohíbe las procesiones, encarcela clérigos, cierra universidades y dirime quién es traidor y quién es fiel a sus nuevas majestades.

Atrás quedaron los principios de la Juventud Revolucionaria Nicaragüense (JRN), Juventud Patriótica Nicaragüense (JPN), el Movimiento Nueva Nicaragua, la sensibilidad de Solentiname, y “un grupo de jóvenes comprometidos con la democracia y la justicia social sin seguir el estandarte de ningún partido”, el periódico Trinchera, y otras utopías que tuve la oportunidad de respirar en mi paso pastoral por Murra, Nueva Segovia, allá por 1980. El cerebro de Daniel Ortega se enfermó con el poder y el dinero, se contagió de latifundismo somocista.

Todo el aparato del Estado nicaragüense está cooptado por una ideología centrada en la pareja presidencial: Daniel y Rosario; un fenómeno obsesivo de culto basado en el miedo, en el terror, en el fanatismo y en el triste adagio apócrifo de Luis XIV:  “el Estado soy yo”.

El día 15 de agosto, en su paranoia política, el gobierno de Ortega – Murillo a través de una juez prepago, ordenan el cierre de la Universidad Centroamericana (UCA) de Nicaragua, le congelan las cuentas, le confiscan el campus y sus bienes y la declara una organización terrorista.

La UCA de Nicaragua fue fundada en 1960 por la Compañía de Jesús, siendo la primera universidad privada en el país; se trata de una institución prestigiosa dedicada a la ciencia y a formar profesionales altamente calificados.

Los antecedentes de este hecho infame están asociados a lo ocurrido en 2018; cuando el país vivió una controversial reforma a la seguridad social impulsada por Daniel Ortega y su esposa; la UCA sirvió de refugio para los manifestantes que fueron reprimidos. Posteriormente continuó la persecución contra algunos de sus más importantes académicos, entre ellos el vicerrector, y prestigioso científico biólogo molecular, Jorge Huete, a quien se le impidió el ingreso al país.

De manera ridícula y vergonzosa el Consejo Nacional de Universidades de Nicaragua (CNU) ha informado este jueves que la recién cancelada Universidad Centroamericana (UCA), dirigida por jesuitas, pasará a llamarse “Universidad Nacional Casimiro Sotelo Montenegro”, en honor al guerrillero sandinista del mismo nombre; el cual seguramente se debe estar revolcando en su tumba; no olvidemos que Casimiro Sotelo Montenegro fue un líder estudiantil de la UCA en los años 60 que se opuso a la dictadura de Somoza, por cierto a una muy parecida a la que vive Nicaragua hoy.

Pero no es un simple cambio de nombre, están cerrando a una universidad, expropiando un patrimonio privado de carácter social y etiquetando a una institución seria y científica como terrorista; y esto es muy grave, a tal punto, que es uno de los principales síntomas del fin de la democracia en Nicaragua; podrá haber elecciones, pero ya no hay democracia ni libertad; el país está secuestrado.

Debemos recordar al actual gobierno nicaragüense que “ninguna sociedad es superior a sus universidades…; la estatura ética, cultural y científica de un país depende de lo que sucede en los recintos académicos superiores”. No es la clase política -generalmente corrupta-, tampoco la fuerza productiva empresarial, es la educación, sus maestros y científicos los que definen frente a qué país estamos; la calidad educativa es la que marca la pauta de la honorabilidad y posibilidades de ser una nación respetada y tomada en cuenta.

También acuñamos en esta reflexión las sabias palabras de Ignacio Ellacuría, recordando el rol de las universidades en las sociedades actuales: “La universidad no será lo que debe de ser ni resolverá sus problemas hasta que encuentra la solución adecuada al problema de su politicidad” (Universidad y política, 1979). Efectivamente, como entidades que se atribuyen el rol de ser conciencia critica de la sociedad, no hay espacios para la neutralidad, lo contemplativo, lo irreal y el miedo; estamos frente a un potente mensaje a los rectores cartujos.

La politicidad de la universidad no es meterse en política ni tener preferencias ideológicas; la ausencia de politicidad es negar la realidad, obviar la posición crítica, evadir la responsabilidad histórica institucional y ser acientífica; porque la universidad, es de suyo una realidad que se mueve en el campo de las fuerzas sociales. Es un centro de ideas, praxis y cultura. Politicidad es una postura responsable y ética frente a la sociedad.

La universidad está llamada a dudar, preguntar, criticar para acercarse a la verdad y transformar la realidad en dónde está enclavada. Esta es su principal misión y no sólo ser “ascensor social” y una plataforma dispensadora de títulos, como diría Martín-Baró.

El cierre de la UCA de Nicaragua es un símbolo con un significante poderoso para el resto de universidades de la región; sobre todo para los países asediados por gobiernos corruptos y autoritarios. Lo cual representa un dilema ético entre hacer ciencia con gríngolas o ser consecuentes con los valores universitarios de la verdad, justicia y cientificidad.

Efectivamente, una de las principales tareas de la ciencia -diría Ramón y Cajal- es buscar la verdad, no la verdad de nuestras afirmaciones sino la verdad de la realidad misma; una responsabilidad profunda y que demanda convicciones. No podemos enseñar en las aulas de Derecho el imperio de la ley, la seguridad jurídica, el respeto a la Constitución, la justicia, entre otros grandes contenidos y actuar de un modo cobarde e hipócrita, guardando silencio y no viviendo lo que intentamos que aprendan los estudiantes.

Muchos de esos libros, de los que habla Rubén Darío en la cita inicial, que son valor, fuerza y alimento, antorcha y manantial, se escriben en los espacios universitarios. Nicaragua sin lugar a dudas retrocederá, se irá aislando, sin ciencia y sin academia; el miedo y el terror serán los nuevos maestros. Pero como dice la saga, “Esto también pasará…” .

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