La dictadura Ortega-Murillo despide al papa Francisco con falsedades, hipocresías y reclamos velados

El régimen nicaragüense, que tanto atacó al Papa, externó sus condolencias en un mensaje en el que culpó a otros de “manipulaciones” para afectar unas relaciones “influidas por circunstancias adversas”.

En un mensaje plagado de eufemismos, frases altisonantes y reclamos velados, la dictadura de Nicaragua expresó este lunes sus condolencias por la muerte del papa Francisco, contra quien mantuvo una campaña de insultos y amenazas.

El texto oficial, firmado por los dictadores Daniel Ortega y Rosario Murillo, reconoce que las relaciones entre el régimen y el Vaticano fueron “difíciles” y “accidentadas”, aunque sin asumir responsabilidad alguna por los insultos públicos, la ruptura diplomática ni la sistemática persecución contra la Iglesia católica.

“A pesar de lo complejo y duro, a pesar de las manipulaciones que todos conocemos, a pesar de los pesares, mantuvimos nuestra esperanza en alto desde la Fé Cristiana, y supimos entender la distancia y, sobre todo, la complicada y alterada comunicación que no nos permitió las mejores relaciones, aunque también supimos comprender la confusión generada por voces altisonantes que entorpecieron todo intento de verdadera interacción”, dijo.

Por el contrario, el comunicado insiste en señalar “manipulaciones”, “voces altisonantes” y una “comunicación alterada” que impidió —según la narrativa oficial— una “verdadera interacción” con el papa argentino.

En marzo de 2023, el mismo Daniel Ortega llamó “mafia” al Vaticano y tildó a los sacerdotes de “demonios con sotana”, en respuesta a las declaraciones del papa Francisco, quien calificó al régimen sandinista como una “dictadura guaranga” y comparó su deriva autoritaria con los totalitarismos de Hitler y Stalin.

“Con todo respeto, el señor Ortega está desequilibrado”, declaró entonces el pontífice en una entrevista con Infobae, provocando la ira de Managua.

En lugar de dar marcha atrás, el régimen intensificó su represión: suspendió relaciones con el Vaticano, confiscó propiedades eclesiásticas, prohibió procesiones religiosas y encarceló a sacerdotes, incluyendo al obispo Rolando Álvarez, símbolo internacional de la resistencia moral frente a la dictadura.

Todo ello mientras Rosario Murillo multiplicaba sus ataques retóricos contra la Iglesia, acusándola de hipocresía, de manipular a los fieles y de ser parte de un supuesto complot internacional.

Pese a esa historia reciente de agravios y hostilidad, el mensaje oficial de este 21 de abril afirma que el papa Francisco promovía la “verdadera paz”, al tiempo que desliza una crítica a las tensiones eclesiales por no haber, según los dictadores, fomentado una “verdadera fraternidad” y “comprensión”.

El texto evita por completo mencionar los atropellos cometidos por el propio régimen contra cientos de religiosos, los destierros, los exilios forzados, ni las múltiples ocasiones en que el papa denunció —en palabras mesuradas pero firmes— el “dolor del pueblo nicaragüense”.

Desde abril de 2018, cuando estallaron las protestas sociales en Nicaragua, el Vaticano se convirtió en una de las pocas instituciones con voz internacional que abogó por las víctimas de la represión y pidió paz con justicia.

Francisco habló sobre Nicaragua en al menos 16 ocasiones en su pontificado, según la investigadora Martha Patricia Molina, y sus llamados nunca fueron bien recibidos por el régimen, que veía en la Iglesia a un enemigo ideológico.

La carta de condolencias, cargada de hipocresía religiosa habla de Cristo, de San Francisco de Asís y de “construir un mundo mejor”, mientras en Nicaragua se encarcela a sacerdotes por predicar el Evangelio, se expulsa a monjas por servir a los pobres, y se prohíbe la fe como expresión pública si no se subordina al poder político.

En palabras del propio Francisco, dichas en 2023 y que hoy resuenan con más fuerza: “Con dictaduras no se dialoga, se denuncia. Porque la verdad no puede callarse frente al poder”. En Nicaragua, ese poder sigue instrumentalizando el nombre de Dios, incluso en el luto.

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