La vida humana sobre la tierra no ha sido fácil. Al principio luchó contra las fieras, el clima y lo inesperado. Después, en la medida en que los espacios se redujeron y la población aumentó, la lucha fue de unos en contra de otros. Por extraños. Por diferentes. Sencillamente por ser otros, confrontados “con nosotros”. Otra lengua, color, forma de cazar, imaginar a Dios; y mirar a los extraños.
La historia del mundo, es la lucha del hombre contra el hombre. Los esfuerzos por explicar las causas, ha sido una fuente de enormes discusiones, en que cada uno ha buscado explicaciones: el hombre tiene miedo del otro. Por ello lo mata; lo hace porque teme que le quite el amor del padre, la madre; o le arrebate sus tierras y sus rebaños. En 1848 Marx y Engels, desarrollaron la teoría que la lucha era entre “clases” –concepto caído en desuso en las últimas décadas– constituidas entonces por los dueños de los medios de producción y enfrente, por los que solo tenían capacidad de trabajar. A finales del siglo XX, el mundo cambió. El capitalismo -el sujeto del análisis marxista-, mutó. Además del capitalismo de individuos y corporaciones, los chinos “crearon” un capitalismo de mercado, controlado por el PCCH. Y, se volvió tecnológico.
Cambio el discurso de 1946: lucha entre demócratas y comunistas, hasta la caída de la Unión Soviética en que se modificó y volvió a ser como en la Revolución Francesa: confrontación entre izquierda y derecha, entre conservadores y liberales “woques”, con otros temas que incluyen el clima, sexo, diferencias de género, rechazo a los inmigrantes, libertad de expresión y la imposición del chantaje de carácter económico para dominar a los otros. Y en este cambio de sistemas políticos, palabras y modelos, han proliferado las nuevas tecnologías comunicacionales, que han permitido la cercanía y lo instantáneo. La prédica contra el otro, no se hace desde las sombras; ni por medio de aparatos sofisticados, sino que ahora, sin intermediarios que cada quien porta, el arma con que ratifica su filiación a una micro tribu, que integrada en millones de “células” planetarias imponen voluntades y construye un discurso alrededor del cual se dice cualquier cosa, para defender cualquier idea; y en nombre de la libertad de expresión, hacer y decir lo que venga en gana. La verdad ha dejado de importar.
La violencia y el odio, la diatriba contra del otro, la reducción de los espacios de discusión civilizada; y la descalificación, han hecho que la sangre corra en Ucrania, en Gaza, Líbano y en Sudán. El orden internacional –frágil pero útil para garantizar que las grandes potencias no fueran a la guerra- y el silencio del discurso de la paz que fue parte de la justificación de la izquierda soviética ante la amenaza de la hecatombe nuclear, han aproximado al mundo a la guerra total. Estados Unidos, retado por China, crea espacios de amenazas mutuas y juegos de dudosa humanidad. Bajo Donald Trump, que no es líder democrático, porque se ha colocado a la derecha y considera que todos los extraños son de izquierda: enemigos, incluso. Lo peor, condena a quienes hay que eliminar. Los gobernantes no representan a los ciudadanos de sus patrias y territorios, sino que, a sus seguidores, porque el enemigo incluso está adentro.
Primero el discurso de Hitler contra los judíos. Ahora el de Trump contra los inmigrantes de piel oscura, de Bukele contra los pobres; de Milei contra los zurdos, de Ortega contra los que se le oponen que no son sus compatriotas, los inmigrantes que rechaza Abascal y Obran convierten en peligrosos enemigos, que envenena Putin y Xiomara amenaza diciendo que frente a ellos” no hay ni olvido ni perdón”. Los adversarios dicen, hay que destruirlos. La de fraternidad ha sido suprimida y el gobierno no está al servicio de todos. Es solo para los que lo conquistaron en las urnas.
El mundo está dominado por el odio y la violencia. En Estados Unidos han matado a Charlie Kirk y en Yoro, a Oscar Bustillo. Desde largo. En una acción dominada por el tirador. Allá los capturan. Aquí no. Las voces de la paz –“Dios, Padre, Hermano”– no se escuchan. El discurso rencoroso rompe los oídos poniendo en peligro la existencia de las Patrias individuales. La tecnología amenaza la vida planetaria. En Nepal, ha caído el gobierno, incendiando el Parlamento porque “suprimió las redes sociales”.