Honduras: tiempo de odio e incertidumbre

Por Juan Ramón Martínez, académico hondureño

La candidata oficialista hondureña, Rixi Moncada, ministra de Defensa de Honduras y candidata presidencial por el oficialista Libre, junto a Roosevelt Hernández, jefe del estado Mayor.

Todas las revueltas armadas en Honduras se han producido por diferencias irresolubles entre las oligarquías, en la disputa por los cargos públicos. Cuando han concurrido tres candidatos, la guerra ha sido inevitable. En 1902, se presentaron Manuel Bonilla, Juan Ángel Arias y Marco Aurelio Soto. Como en el Congreso las elites no se pusieron de acuerdo, la solución fue la guerra. Bonilla derrotó a Sierra y a Policarpo Bonilla, el artificiero secreto del conflicto. En 1924, los candidatos fueron Tiburcio Carías Andino, Juan Ángel Arias y Policarpo Bonilla. El Congreso no quiso escoger al ganador y Carías y sus amigos, se fueron a la guerra. Derrotado el régimen del Consejo de Ministros – había muerto el presidente y dictador Rafael López Gutiérrez – y contando con la intervención de Estados Unidos, se nombró Presidente Provisional a Vicente Tosta Carrasco el que convoco a elecciones. Fue elegido Miguel Paz Barahona, respaldado por Carías Andino.

En 1954, otra vez tres candidatos: Ramón Villeda Morales, Tiburcio Carías Andino y Abrahán Williams Calderón. El Congreso no quiso con sus obligaciones jurídicas y se produjo la ruptura del orden constitucional; pero afortunadamente no fue a la guerra porque entonces, se habían profesionalizado las Fuerzas Armadas en virtud de un tratado con los Estados Unidos.

En noviembre 30 iremos a elecciones con tres candidatos: Nasry Asfura, Salvador Nasralla y Rixi Moncada. El Congreso no tiene que decidir el ganador, sino que el CNE; y no será necesaria la mayoría absoluta que se había reclamado en las elecciones reseñadas anteriormente. La diferencia con las elecciones de 1954, es que las Fuerzas Armadas que entonces evitaron la guerra, ahora están peligrosamente escoradas hacia el partido de gobierno; y su candidata en las encuestas no parece contar con el favor de la mayoría del electorado. Se anticipa, ante la falta de declaraciones de obedecer la voluntad de las urnas cualquiera que esta sea, que los hombres de uniforme, se inclinarán en favor de quien no tiene la mayoría; usando la fuerza para compensar el vacío popular. Y hacerla “ganar”.

Ello puede alimentar una crisis que derive en una revuelta armada – que no hay que descartar porque la naturaleza humana se centra mucho en este recurso extremo – en la derrota del gobierno de Castro y la supresión de las Fuerzas Armadas, sustituyéndola por una entidad de confianza y distante del trafico electoral y del manoseo actual del poder. Todo es probable.

La historia de los hechos del pasado, tiene como finalidad entender cómo fueron las cosas, la forma cómo reaccionaron los protagonistas; y los resultados de las luchas irracionales.

No hay estudios sobre el nivel de odio que se dio entre los hondureños en los años 1902, 1924 y 1954. De este último acontecimiento, parece que la clave además de las Fuerzas Armadas, la aportó Ramón Villeda Morales que, renunció a la guerra; y más bien, ofreció su brazo generoso para el regreso ordenado al régimen de derecho. Desafortunadamente, Gálvez y Lozano, le fallaron al país. El primero jugó a las escondidas. El segundo se embarcó en un proyecto continuista que los militares, frenaron en su primera incursión en la vida política, dando el primer golpe de estado militar de la historia. Se ignora si para garantizar la paz del país; o para resolver sus propias diferencias, en vista que entre ellos había por lo menos tres grupos que, conspiraban en contra del Jefe de Estado, Julio Lozano.

Ademas hay algunas diferencias: ahora el país tiene una población mayor. Los sistemas de comunicación son más efectivos y los mensajes – positivos y negativos – llegan más rápido a las mayorías. De modo que si, tomamos el pulso del lenguaje que se usa entre los políticos, las palabras que intercambian; y el tono con que se pronuncian especialmente las que se originan en la estrategia del partido oficial, favorecen la confrontación y estimulan el odio, como nunca antes lo habíamos visto.

Rodas Alvarado en 1963 decía que las puertas de “su gobierno” estarían abiertas para los nacionalistas; “no para que entraran sino para que salieran”. Ahora, Rixi, con un odio que no habíamos oído antes, dice que “la dictadura no volverá” y que, sin ellos, nada puede operar pacíficamente en Honduras. Quieren seguir empleados, eternamente pegados al presupuesto. Discusión eterna entre políticos hondureños.

Si el resultado no favorece al Partido Libertad y Refundación (Libre), ¿habrá guerra? Y si gana, ¿dictadura y pobreza? Estamos atrapados. Y el “caudillo” drogado, a caballo.

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