“Debió llamarse Libertad”: la noche oscura sandinista narrada por Georgina Lupiac

Por Ariel Montoya, escritor y periodista nicaragüense.

La llamada revolución sandinista —tan celebrada por apologistas culturales desde 1979— nunca produjo la glorificación literaria que muchos anunciaron. Ese “hervor grandilocuente” del proyecto político se evaporó, dejando en cambio una estela de daños, desencantos y heridas aún abiertas. Esa ausencia de épica y su contraparte dolorosa quedan nítidamente plasmadas en “Debió llamarse Libertad”, novela de la escritora y periodista Georgina Lupiac, obra fundamental dentro de las letras nicaragüenses que se resisten al panfleto y exploran la tragedia nacional de los años 80.

La novela se adentra en el periodo más hiriente y borrascoso de la Nicaragua sometida al Servicio Militar Obligatorio (SMO), uno de los episodios más traumáticos en la historia reciente del país. El argumento se vincula profundamente con el sufrimiento familiar, el luto y la fractura social que afectaron a miles de hogares nicaragüenses. La imposición del (SMO) -obediente a los designios de la Europa del Este y de Cuba en plena Guerra Fría- convirtió a generaciones completas en carne de cañón en una guerra ajena a sus vidas y convicciones.

En ese escenario emerge Sabina Falcón, personaje central, junto a su padre -“un hombre honesto y bueno”- y sus hermanos. Uno de ellos cae fulminado por la balas víctima de una guerra que no le pertenecía, como tampoco perteneció a ninguno de los jóvenes que fueron obligados a empuñar un fusil.

La novela retrata el éxodo silencioso y dramático de quienes, como Sabina y tantos otros, tuvieron que huir del país para encontrar las libertades y oportunidades que la revolución prometió pero jamás entregó.

Quienes vivimos ese laboratorio estalinista, caótico, masificante y adoctrinador reconocemos la exactitud de la obra. Aún hoy somos testigos del deterioro moral y cultural implantado por aquel experimento político. Lupiac recoge esas deformaciones, incluso en el lenguaje popular, donde palabras esenciales fueron manipuladas para justificar el autoritarismo: “robar” se convirtió en “recuperar”, “matar”, “asesinar”, en “ajusticiar”, y así muchas más palabras engrosaron el diccionario de una nación que cada día perdía la esperanza de ser libre.

Conocí a Georgina a mediados de los años 90 en Managua. Era una periodista liberal, firme defensora de la libertad y de una valentía sensata. Tras la derrota electoral del sandinismo en 1990, ella continuó enfrentando la confrontación belicosa que la estructura partidaria mantuvo activa hasta su regreso al poder en 2007. Hermosa, sonriente y de carácter, nació en Somoto en los años 60, fue corresponsal de Radio Corporación en Las Segovias, mediadora y dirigente activa de la Asociación de Periodistas de Nicaragua (APN), organización antisandinista cuya personería jurídica sería más tarde una de las más de tres mil ONG ilegalizadas por Daniel Ortega.

Aunque se movía en el mundo del periodismo, Georgina llevaba silenciosamente la vocación literaria. Su novela sorprendió porque nadie imaginaba la profundidad narrativa que había cultivado. El poeta y humanista Pablo Antonio Cuadra (PAC), exdirector de La Prensa y fundador de “La Prensa Literaria”, la descubrió como narradora, la prologó y la remitió a Jesús de Santiago, fundador de Hispamer, quien decidió publicarla tras leer su manuscrito de un solo tirón durante un viaje. Fue así como “Debió llamarse Libertad” vio la luz, convirtiéndose en un libro muy bien recibido en una Nicaragua escasa de lectores, pero también de narrativas antisandinistas, pues aún vive dominada por el marasmo del marxismo cultural.

El núcleo de la novela es el servicio militar, que el régimen denominaba “patriótico” pero que -como bien señala la obra- no tenía un ápice de ello. PAC advierte en el prólogo que la novela, escrita “con sangre roja o azul”, debía enfrentarse a dos grandes enemigos: la cursilería y el melodrama, para no caer en la “novela rosa”, reafirmando que en el texto referido sucede lo contrario: “la ficción se apega a la cruel realidad, no sentimentalizada, creada con el dolor humano, con la frustración, con el poder -cuyo verbo preferido es abusar-, con la gran traición de las ideologías, y que como resultado nos da una de las primeras novelas del reciente drama nicaragüense encerrado en el mismo nombre de la obra: ‘Debió llamarse Libertad’”.

PAC añade -con precisión luminosa- que en la novela “la ficción aquí es un derrumbe, en el cual solo el amor es capaz de sobreponerse”. Es esa mezcla de tragedia y dignidad la que convierte la obra en un testimonio permanente del dolor de un pueblo que vio truncadas sus esperanzas.

Lupiac narra un episodio que no escapa a lo vivido por miles de familias en esa década desoladora de los 80, llamada por Su Santidad Juan Pablo II “la noche oscura”, y que aún extiende su sombra sobre Nicaragua en pleno siglo XXI, al igual que sobre Cuba, Venezuela y otros países sometidos al marxismo en detrimento del ser humano y su libertad.

La reedición de esta novela es oportuna y necesaria. La historia sufrida de llantos, exilios y desolaciones que recoge merece ser conocida por las generaciones presentes y futuras.

Los sandinistas se auto glorificaban diciendo que ese proceso macabro llamado “revolución” fue en gran parte gestado por poetas, cantores y demás artistas. No obstante el reclamo moral y político a esa pléyade y a toda esa intelectualidad que fue parte de ese holocausto, quedará permanentemente abierto en los soportes de nuestra historia. Temas como el de esta novela jamás han sido ni serán abordados por esa masa cultural deforme, de cuyas siniestras ejecuciones algunos no terminan de arrepentirse y otros prefieren guardar silencio, así sean premiados por el marxismo cultural actual en Hispanoamérica.

Algún día, cuando vuelvan a brillar los cielos libres sobre Nicaragua, Georgina Lupiac podrá —como profetiza el título— llamar Libertad a la libertad.

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